Éxito. ¿Qué es el éxito? Podría decirse que es la
consecuencia de un resultado para el cuál algún tipo de voluntad ha llevado a
cabo acciones orientadas hacia la obtención de dicho resultado. No existe éxito
sin voluntad o sin acciones. Y todos sabemos que los mayores éxitos son aquellos
que más deseamos, por lo que el éxito y el deseo están estrechamente
relacionados.
Existen muchos tipos de deseo, y el problema reside en que pueden
convivir simultáneamente en la misma persona. Entonces empieza el riesgo de que
los deseos empiecen a ser incompatibles. Por ejemplo, el deseo de adelgazar y
el deseo de comerse una deliciosa pizza. Suele ocurrir que los deseos más “terrenales”,
es decir, aquellos que colman nuestros sentidos físicos y donde el éxito es
claramente relacionable con la recompensa corporal de bienestar, tienden a
ganar las batallas en cuanto a la cantidad de recursos físicos que acaparan.
Por regla general, cuanto antes obtengamos nuestra gratificación, mayor
prioridad será otorgada a alcanzar dicho objetivo. Otra de las reglas generales
de los deseos es que cuanto menor sea la energía que creamos que debemos
invertir, mayor prioridad tendrá un deseo.
En conclusión, nuestros deseos cambian de prioridad según
nuestra mente calcule cómo de grande será la recompensa, cuánto vamos a tardar en
conseguirlo y qué cantidad de trabajo nos requiere. Por eso existen ciertas
virtudes fundamentales que aumentan las probabilidades de éxito para un deseo:
- Determinación – Define la capacidad de proyectar el resultado final como si ya hubiera ocurrido, permitiendo vivir la recompensa como si ya la estuviéramos disfrutando.
- Paciencia – Permite reducir la sensación de distancia en el tiempo para conseguir un objetivo, además de ser una capacidad clave en otros aspectos, como la capacidad de ignorar ciertos estímulos (físicos o mentales).
- Esfuerzo – Aumenta la cantidad de energía que ponemos en una tarea cuando encontramos alguna dificultad y sentimos lo contrario a “deseo”; apatía.
Estas virtudes están relacionadas entre sí, y se pueden combinar
para dar lugar a otras virtudes secundarias. Existen muchos factores que hacen
que todas nuestras virtudes se encuentren más o menos accesibles como
herramientas de construcción del éxito. Pero existe una virtud principal que se
encarga de gobernar a todas las demás:
- Disciplina – Es la virtud máxima que permite que se minimice la influencia que estos factores externos tienen sobre cómo de disponibles están nuestras virtudes.
Si uno trabaja su disciplina en cualquier parte de su vida,
el resto de partes también salen beneficiadas, pues la disciplina es como un
músculo que se trabaja con diferentes ejercicios y que permite obtener sus beneficios
en cualquier conflicto en el que identifiquemos que nuestros deseos se
encuentren.
Trabajar la disciplina no es fácil, pues requiere de
paciencia, esfuerzo y determinación. A cambio, obtendremos más paciencia, más
esfuerzo y más determinación en el futuro. Por eso, si uno cultiva su
disciplina a través de determinados hábitos, el resto de virtudes se ven
potenciadas. Ejercicios como la meditación o el yoga mejoran las capacidades de
autocontrol, paciencia, equilibrio y concentración. El ejercicio físico intenso
donde uno pone a prueba sus límites mejoran la capacidad de esfuerzo y
perseverancia. Para aumentar nuestra determinación es recomendable guardar
algunos momentos del día para la contemplación y la actividad mental moderada,
en entornos de baja estimulación, donde uno pueda reflexionar sobre sus metas y
poner en orden su mundo interior. Dar un paseo o sentarse a mirar un paisaje son
actividades muy saludables que permiten a la mente navegar con tranquilidad en
la enorme maraña de pensamientos y deseos entremezclados.
Toda esta reflexión se basa en una idea de éxito concreta, donde
es necesario ejercer algún tipo de control sobre el medio que nos rodea o sobre
nuestra realidad interior. Sin embargo, existe una realidad más allá del éxito
donde el universo nos regala momentos mágicos, sin necesidad de ejercer control
alguno, y en los que simplemente somos capaces de disfrutar del presente sin
miedos, sin juicios, sin arrepentimientos ni expectativas. Son estos pequeños momentos
en los que uno se siente lleno de gratitud y bienestar los que el universo pone
a nuestra disposición día tras día, segundo tras segundo. Pero si nuestra mente
está demasiado centrada en ejercer el control sobre el universo para lograr el
éxito de alcanzar un deseo, será incapaz de disfrutar de ellos.
Como conclusión final, existe una forma de placer terrenal
que proviene de satisfacer nuestros deseos, y existen formas de cultivar
virtudes que mejoran nuestra capacidad de éxito. También existe el placer espiritual
de sentir gratitud por el momento presente tal y como es, sin intentar
cambiarlo. Ninguna es mejor que la otra, simplemente son dos formas de placer
que uno puede sentir. Y para ambas, existe un factor común, que son nuestras
creencias sobre el mundo, sobre los conceptos que manejamos con nuestro lenguaje
y sobre nuestra realidad interior. Si uno ofrece a las creencias la importancia
justa, ni más ni menos, podrá navegar de forma óptima de placer en placer, de
momento en momento.
No existe una vida perfecta donde todo sea placer y el
sufrimiento sea nulo, pero uno puede aspirar a centrar su energía de forma
práctica en cómo obtener ambos tipos de placer y dejar al margen las partes más
desagradables de la existencia, y esto sólo ocurre con una mentalidad y unas
creencias sobre el mundo equilibradas y adaptables a la naturaleza cambiante
del universo.
Namaste