Ya son muchas cosas las que tengo en la cabeza, muchos
pensamientos cruzados que van y vienen. A momentos me inclino hacia un
objetivo, otras veces persigo otros. Un cambio constante, caótico, sin utilidad
alguna. Me dejo arrastrar por la corriente, y mientras el tiempo pasa, mis
cualidades personales se pierden y degeneran en malos hábitos.
Hace tiempo ya descubrí que la clave para el cambio estaba en
los hábitos. Pero recientemente he decidido cobijarme en la placentera
tranquilidad que me aportan los juegos como el League of Legends, y el hecho de
adoptar una mentalidad tan pasota me hace sentir a gusto con la vida, ya que
nada importa. Vivo abstraído, ajeno al mundo real, vivo por nada, y no siento
ningún tipo de interés por las cosas que pasan a mi alrededor. Como un niño que
cierra los ojos para no ver los monstruos que esconden las sombras de su
habitación, yo elegí refugiarme en la oscuridad y el vacío, en la nada. Y cada
vez que me he planteado salir lo he visto como algo negativo.
Una parte de mí quiere cambiar porque sé que este camino no me
conduce a nada. Tengo las ideas muy desordenadas, y aunque a veces logre
rescatar atisbos de cordura originadas por mi propio ser, por mi esencia, por
la parte más pura de mi mente, me rodea un conjunto de malos hábitos y de
estímulos negativos que me impiden salir de este vórtice, catalogado como vicio
y adicción a los videojuegos.
El cambio, para ser efectivo, debe realizarse poco a poco, pero
requiere de un esfuerzo inicial. Requiere sacrificio constante, ceder ante la
parte racional apartando el instinto que nos conduce a los hábitos antiguos. Se
debe estar alerta ante esos estímulos internos que nos incitan a actuar de la
forma que conocemos, y eso requiere concentración. Al principio cuesta, es muy
duro, pero en cosa de un mes se empieza a mantener con menos esfuerzo el ritmo,
pero en cuanto bajas la guardia los fantasmas del pasado acechan de nuevo, y
esa segunda fase es la segunda gran batalla contra ti mismo, pues el yo del
pasado vuelve al ataque y se empieza a replantear la validez del cambio
efectuado.
Una dura batalla contra ti mismo que requiere de un plan claro,
conciso y contundente, sin titubeos. Sufrir es inevitable, y sin el cambio lo
único que uno hace es posponer el sufrimiento, el cuál volverá con más fuerza
cargado de lamentaciones y de culpabilidad. El futuro se presagia negro
mientras el presente se consume a la velocidad de la luz. Es fácil dejarse
llevar, por supuesto que lo es. Pero la libertad que tiene un hombre es su
condena si dicho hombre no está dispuesto a forjar su destino.
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