Casi siempre resulta imposible transmitir a los demás con precisión lo que sentimos, o un consejo, una experiencia... La mejor manera de aprender algo es haciéndolo, porque así funcionamos.
El amor y la libertad, dos conceptos ambiguos, difusos. Tienen una acepción generalizada, pero realmente son ideas abstractas que cada individuo concibe a su manera. Muchas veces se escuchan frases como "sigue el amor, te llevará a la felicidad", "compartir es vivir" y similares. Quienes inventaron estas frases eran personas que vivían en el amor; una filosofía de vida. Y estas personas se dieron cuenta del valor que tiene vivir así.
Parece contradictorio hablar de amor y libertad ya que se suele pensar que son excluyentes entre sí. Pero hoy quiero hablar de amor y de libertad como conceptos vitales, abstrayéndonos de su significado más terrenal y directo.
Primero hablaré de la libertad. La libertad podría definirse como la ausencia de sujeción y subordinación. La ausencia de ataduras. El poder de elegir según nuestra voluntad. Nunca podremos ser completamente libres, pero existe un grado de libertad que el ser humano necesita para vivir, y es la libertad de pensamiento. Algo tan difícil de sujetar, atar o controlar como es el pensamiento puede, en efecto, ser privado de libertad. De hecho, pocas personas poseen libertad de pensamiento. Por nuestra naturaleza constantemente buscamos saciar nuestras necesidades, y todo aquello que pensamos se dirige hacia nuestros sentimientos de necesidad. De modo que una persona con necesidades no es completamente libre de pensamiento, entendiendo por necesidades todas aquellas no atribuibles a la supervivencia. Por otro lado, la libertad de actuar puede parecer innata y permanente para todos los individuos. Al contrario de lo que parece, no tenemos libertad para actuar. Nuestras acciones se basan en órdenes dadas por el cerebro y somos nosotros quienes elegimos qué órdenes dar. Pero esta elección no es una elección libre, sino que nuestra mente decide en función de lo que siente. De modo que cualquier elección, hasta la más trivial, tiene una causa emocional y detrás de esa emoción está el razonamiento, tanto consciente como inconsciente. Pero al ser conscientes del momento en que tomamos la decisión creamos una sensación de identidad que nos llena por dentro, cubriendo la necesidad de sentirnos importantes en el mundo. De modo que, aunque sí podemos tener libertad de pensamiento, no tenemos libertad de actuar. En resumen, la libertad auténtica está en nuestra mente. Una mente libre puede pasearse entre sus ideas, conocimientos y recuerdos con facilidad, sin desviarse, yendo a donde se propone. Una mente libre puede imaginar cualquier cosa que se propone y puede manejar su propio contenido sin restricciones emocionales. Una mente libre es capaz de pensar al margen de lo que el cuerpo siente.
Del amor se han escrito millones de libros, guiones e historias. Cada persona interpreta el amor a su manera. Hoy hablo de un tipo de amor a nivel del alma, como el amor que siente una madre por su hijo. Como todas las emociones, el amor tiene un fundamento químico en nuestro cuerpo. Pero resulta que al contrario que otras emociones, el amor no es adictivo, no se desboca y no tiene límite. El amor se cultiva poco a poco dentro de uno mismo y es la emoción que permite a los seres actuar de forma altruista. El amor está ligado a muchas otras emociones como la amistad, el cariño y la realización personal. Una persona que se mueve por amor es una persona rica por dentro, plena de espíritu. Las personas de este tipo suelen prescindir de sentimientos como la envidia, la falsedad, la avaricia, la necesidad de impartir justicia o el odio. Una vez que tocan con los dedos al amor se dan cuenta de la luz que posee, de su calidez, de su belleza y su armonía. Cuando sientes el verdadero amor te sientes completo y sientes una oleada de energía positiva que te anima a hacer las cosas bien, a crecer y a ayudar a crecer a los demás. Este amor es difícil de encontrar, pero una vez que lo hacemos, nos aferramos a ello con fuerza, porque instantáneamente nos damos cuenta de lo equivocados que estábamos al otorgar poder sobre nosotros a las emociones antagonistas de las que uno prescinde cuando tiene amor. El amor se contagia, se comparte. El amor nos mueve en la dirección adecuada.
En definitiva, una persona que vive en el amor y que posee libertad es una persona llena de vida por dentro. Al margen de los problemas que cada uno pueda tener, la tranquilidad y la paz que otorgan estas dos ideas cuando se viven nos permiten lidiar con cualquier dificultad emocional, racional o vital. Si tienes amor y libertad, no necesitas nada más para vivir bien. Todo lo demás llegará sólo y tú como persona avanzarás en la vida mientras tengas la voluntad de hacerlo.
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