El joven muchacho, de 19 años, equipado con su casco, su armadura, una rodela en la mano izquierda y su preciada espada bastarda, había sido de los mejores de su promoción; un atajo de violadores, ladrones y demás hombres cuya condena a muerte por lo menos serviría de algo para el reino. A él lo habían enviado allí por robar gallinas para su hermana pequeña a un granjero que había tenido la precaución de poner trampas para gente como él. Por eso estaba allí, ante la muerte, sin mostrar ni un ápice de miedo, ya que el miedo se basa en la esperanza, y él sabía el destino que le deparaba. Allí, todo orgullo y coraje, miraba a los ojos al ejército al otro lado del valle.
En aquel momento todo era silencio. El único sonido era el de su propia respiración y el de los estandartes hondeando al viento. En su cabeza había tratado de imaginar cómo sería el golpe inicial, y cada vez era distinta. Aún así sabía que ninguna de las escenas que su mente montase sería la acertada. Por eso esperaba con ansia a la orden del capitán. Quería sentir su espada contra las carnes del enemigo. Quería ver la sangre salpicar a todos lados. Sentía la adrenalina correr por sus venas con sólo imaginarlo. Estaba preparado para morir, pero sabía que detrás de él dejaría varios cadáveres para alimentar a los cuervos. La furia se apoderaba de él y la impaciencia empezaba a invadirle. Quiso ser él mismo quien gritara "¡carga!".
Se contuvo, y siguió mirando con la cabeza alta a su enemigo. Su capitán levantó la espada en alto y gritó:
-¡Escuadrón Averno! ¡Sois la punta de la lanza que dará muerte al enemigo! ¡Sois las patas del caballo de nuestro ejército! ¡De vosotros depende la victoria! ¡Que vuestra espada no se pare hasta que no lo haga vuestro corazón! ¡Que vuestra mirada no se apague hasta que no lo haga vuestra vida! ¡Sois los demonios que ellos temen! ¡Su sangre alimentará vuestras espadas, y demostraréis vuestra fuerza y valor a esos perros! ¡Se hablará de vosotros durante mucho tiempo, y formaréis parte de la historia como el escuadrón Averno! ¡Por la victoria!
-¡¡POR LA VICTORIA!! -corearon todos -¡¡POR LA VICTORIA!!
Las espadas y los escudos se entrechocaron al unísono, creando una melodía de metal contra madera maravillosa. Los gritos de todo el ejército iban uniéndose al coro. La sangre se aceleraba, la furia volvía a aparecer, y esta vez fue el capitán quien gritó con la espalda en alto:
-¡¡¡CARGAAAAA!!!
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