jueves, 19 de julio de 2012

Reflexión

Hoy no toca compartir un sentimiento con una historia, como suelo hacer. Hoy invito a los posibles lectores a compartir conmigo una reflexión de trascendencia antropológica que tal vez todos conozcan pero no todos se hayan parado a analizar. Se trata de la forma de actuar con los demás.

Todos sabemos que cada persona es un mundo, cada persona tiene sus cualidades y sus defectos. Pero en común tenemos todos el deseo de llevarnos bien con las personas que tenemos cerca, o al menos todo lo bien que las circunstancias nos permiten. Para llevarse bien con alguien lo único que hay que hacer es intentar agradarles. Se inventaron para ello una serie de normas de educación y protocolos que facilitan la tarea de tener un trato agradable con la gente. Básicamente estas normas se basan en no hacer cosas que puedan molestar a los demás. Y como nadie espera nada de gente que no conoce, basta con limitarse a no molestar a esas personas. No hace falta molestarse en intentar adivinar lo que esa persona necesita, quiere o le gustaría tener, ya que ni esa persona nos lo pide, ni espera que se lo demos. En cambio resulta agradable, extremadamente agradable, cuando alguien que no conocemos de nada nos echa una mano y nos aporta algo más que amabilidad y respeto. Son esos pequeños gestos de amabilidad que ciertas personas observadoras disfrutan haciendo, como por ejemplo cedernos el puesto en el supermercado si ven que llevamos prisa, cedernos el asiento en el metro por pura amabilidad y no por la regla implícita de ceder el sitio a personas mayores o con dificultades, o un caso que me conmovió muchísimo una vez cuando vi a un joven de unos 25 años cargar con las bolsas de una mujer ya de avanzada edad, pero para nada inválida, desde que se bajó del autobús hasta su portal. Al principio la mujer le agradeció la ayuda e insistió en que no era necesario, pero el muchacho estaba dispuesto a ayudarla. La mujer cedió, llenando al muchacho de alabanzas y agradeciéndole con mucha cortesía su acción. Yo iba detrás de ellos, me bajaba en la misma parada, y para sorpresa mía el chico volvió sobre sus pasos tras dejar las bolsas de la señora en el portal de su casa. Casi lloré de alegría.

Pero en cambio existe mucha otra gente que vive en su mundo, que tiene demasiados problemas en la cabeza y que no le importa lo más mínimo la gente que vive a su alrededor. Esta gente es a la que la vida ha tratado mal y como consecuencia se han creado una máscara de odio contra el mundo, se han vuelto autónomos y no esperan recibir nada del mundo ni tienen nada que ofrecerle. Viven aislados. Han perdido su humanidad.

La mayoría de las personas se mueven entre estos dos extremos, en mayor o menor medida. Invito al lector a reflexionar en qué escalón se encuentra y a plantearse si no sería más agradable hacer un esfuerzo por ser como ese chico joven de 25 años, igual de servicial y atento a cualquier necesidad de alguien que le importe,  y también le invito a apreciar, igual que la ancianita, las cosas buenas que hacen los demás por nosotros, valorarlas y demostrarles a estas personas nuestro agradecimiento a base de devolverles un poquito de lo que ellos nos dan.

Cada persona tiene su corazón, su forma de ser y cada uno está dispuesto a entregar una cantidad de cosas. Pero el mundo sería un lugar mejor si todos estuviéramos en el mismo extremo. Por eso creo que es inteligente darse cuenta de lo que uno puede mejorar de sí mismo y no justificarse en el típico "yo soy así y no tengo por qué cambiar". El cambio surge por sí solo en las personas según se adaptan al medio que les rodea. Puede que ahora te vaya bien siendo así de cerrado y egoísta, ya que así es como el mundo te ha obligado a comportarte para protegerte. Pero rectificar es de sabios, y tarde o temprano deberás aprender a manejar las puñaladas que te lanza la vida sin perder la sonrisa de la cara. Porque al final si uno sonríe, es más probable que la gente que nos rodea nos devuelva la sonrisa. A veces hay que hacer cosas aunque no nos salgan por sí solas para adaptarse a situaciones o a personas para conseguir aquello que queremos. No malgastes las oportunidades, porque son limitadas.

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