viernes, 9 de marzo de 2012

Contacto

Acariciaba el trozo de tela con sus ásperos dedos. Tumbado, así pasaba las horas. Entre aquellas cuatro paredes no había más entretenimiento que el recuerdo. No había ventanas por las que mirar. Llevaba años sin ver la luz del sol. Seguía vivo por inercia, porque era mejor pensar que algún día la vería otra vez. Lo malo era la esperanza que había albergado durante unos pocos días. Esa esperanza le había arruinado su rutina y le había hecho pensar que aún tenía posibilidades.

Fue aquella tarde de hace 3 semanas, cuando alguien abrió la puerta de la celda. La brillante luz del pasillo le deslumbraba y dibujaba el contorno de una figura humana. Tuvo que taparse los ojos para poder contemplarla. Ella entró en la habitación y cerró la puerta. La oscuridad se cernió sobre ellos. Ella se quedó allí, de pie. Su aroma inundaba toda la estancia, contrastando el hedor propio del recluso. Si a ella le molestaba aquella peste no hizo ademán de demostrarlo. No se movió de allí. Así el único sonido que se escuchó durante los minutos siguientes fueron los de la respiración del prisionero, que se encontraba atónito ante la inesperada visita. Le habría gustado preguntarle quién era, qué quería, si le podía liberar. Pero las palabras humanas le habían abandonado hacía ya tiempo, y las habían reemplazado las palabras de los fríos y pétreos ladrillos que conformaban su celda.

Entonces ella se acercó. Él se encontraba en el rincón más alejado de la puerta. El sonido de los suaves pasos penetraba sus oídos, acostumbrados al silencio. La oscuridad era absoluta. Pero ella parecía verle sin problemas, pues llegó hasta donde estaba el moribundo, se agachó y le puso una mano sobre la rodilla. Él se sobresaltó por el contacto de una persona humana, después de tanto tiempo... No la pudo ver, pero sentía que ella sonreía cálidamente. El corazón se le aceleró y de pronto sintió renacer en él un fuego que perdió en el pasado, aquella sensación de la vida fluyendo por sus venas. La cabeza le empezó a dar vueltas de la emoción y tuvo que apartarse más de ella para detener aquél maremoto de sensaciones incontroladas.

-Hola. -Fue todo lo que ella le dijo.

Entonces notó cómo ella le cogía con dulzura su mano izquierda y la entrelazaba con las suyas. Su corazón desbocado cabalgaba entre millones de ideas y recuerdos que cruzaban por su mente a la velocidad del rayo. Y fue entonces cuando perdió el conocimiento.

Al despertar ella ya no estaba, pero a su lado palpó y dio con un suave pañuelo. Lo cogió con desesperación y se lo acercó a la nariz. Era el olor de ella. Inconfundible. Y así quedó, tendido en el suelo, recordando algo que parecía haber sido un sueño. 

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