jueves, 29 de marzo de 2012

Polimorfismo

Un día vi al pequeño Daniel sentado en la mesa del comedor observando con curiosidad algo que él mismo había creado con su juego de plastilina. Se trataba de un simple lapicero en torno al cual había enrollado plastilina en forma de espiral, y a continuación la había separado sin que perdiese la forma. Se había quedado con su típico gesto de asombro e intriga, la boca entreabierta, los ojos alerta y su pequeño cuerpecito quieto. Se dedicaba a girar la espiral que acababa de crear sobre sí misma encima de la mesa.

Cuando hubo satisfecho su curiosidad, arrugó de nuevo la plastilina y la amasó varias veces hasta que cogió la forma de una pelota. A continuación la dejó sobre la mesa y saltó de la silla. Con pasitos cortos y torpes corrió hacia su cuarto. Me quedé con una sonrisa, en el marco de la puerta, mirando cómo salía de su cuarto con su juguete favorito en la mano y su risita infantil, y corrió de nuevo hacia el comedor, pasando por delante de mí mientras gritaba "¡Roboto! ¡Roboto!". Roboto era el nombre que le había puesto al robot de plástico de un palmo de altura que le regalé los pasados Reyes Magos. Aquella figurita de acción había alimentado sus fantasías durante horas. Me llenaba de felicidad verle jugar con Roboto, ver su cara de diversión y oír los sonidos especiales que le ponía a cada acción del juguete: El sonido del muñeco volando, los rayos láser que disparaba al subir su brazo de plástico, la vocecilla que trataba de imitar diciendo "¡Soy Roboto! Yo os salvaré"... Me llenaba, realmente lo hacía. Conseguía tocar una fibra sensible muy dentro de mí.

Y lo siguiente que hizo tras coger a Roboto fue sentarse de nuevo en la silla y subir a Roboto a la mesa, tumbado. Agarró con sus manitas la pelota de plastilina y empezó a adornar la armadura, los brazos y la cabeza del muñeco con distintos elementos: En la cabeza le puso un casco con dos cuernos. En los brazos colocó tiras de plastilina a lo largo simulando cañones. En el torso le pegó una protección adicional "antibombas" en la que perfiló un triángulo con la punta hacia arriba. También le hizo un elegante par de botas con propulsores para "volar a la velocidad de la luz". Y por último le pegó un par de alas de aspecto deforme y pesado. Cuando acabó con su diseño, me miró con efusividad, alzó al nuevo Roboto en dirección a mí y me dijo "¡Mira, primo! ¡Súper Roboto!". Y me estuvo contando y explicando para qué servía cada parte. Cuando me explicó que las alas le permitían volar, le comenté que aquellas alas parecían poco fiables y demasiado voluminosas. Le dije que se fijara en los pájaros, que tenían alas gráciles y finas. Entonces se dedicó durante bastante tiempo a intentar perfeccionar las alas. Le dejé allí con su tarea mientras yo leía un libro en la terraza.

Al cabo de media hora más o menos escuché su voz llamándome con tono lastimero. Fui hasta el comedor y le vi sentado en frente de Súper Roboto con cara triste. "¿Qué ocurre, Dani?", le pregunté. "Súper Roboto no va a poder volar..." me respondió. "Mira". Y me enseñó a la figurita con las alas igual de deformes y gruesas. "La plastilina no funciona, y lo he intentado mucho, me he cansado, no puede tener las alas tan finas. No va a poder volar, primo...". Y comenzó a sollozar agarrando a Roboto de la pierna. "Bueno, ¿por qué no intentas usar otra cosa para las alas?". Él negó con la cabeza y empezó a llorar, con un gemido de rabia que se fue intensificando mientras se llevaba las manos a la cara. Fui a intentar consolarle, pero de pronto salió corriendo hacia la ventana del comedor, y gritando de rabia arrojó a Roboto al vacío. Me quedé atónito ante su reacción. Él se quedó allí, mirando por la ventana con lágrimas en los ojos. Entonces se giró hacia mí con cara de enfado, levantó un brazo, apuntó con el dedo a la ventana y me dijo:

"¿Lo ves? ¡No vuela!"

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