La noche arropaba el paisaje ante sus ojos. Él estaba en el balcón, apoyado sobre la barandilla con una mano sujetando el peso de su cabeza y la otra cruzada sobre el brazo opuesto. Allí, en las alturas de la ciudad, uno parecía estar observando un mundo ajeno lleno de luces, brillantes y ordenadas. Desde su habitación del hotel podía ver ese mundo de sombras y puntos blancos entremezclados con colores variados. Un letrero rojo por aquí, unas manchas doradas por allá... A lo lejos se veía tenuemente el relieve de las montañas, encerradas entre el manto de estrellas del cielo y el mar de luces de la tierra. La temperatura era agradable en el balcón y soplaba una leve brisa que le mecía los mechones castaños alrededor de la frente. Los sonidos urbanos rompían la tranquilidad del momento, pero en sus pensamientos no había cabida para ninguna distracción.
Estaba cansado, no podía evitarlo. Su lucha permanente contra sí mismo lo agotaba mentalmente, y su inseguridad aumentaba conforme sus ideas desfilaban por su cabeza como gotas de lluvia sobre el cristal de una ventana. Y cada vez que pretendía olvidarlo todo y quitarle importancia, su miedo a perder la oportunidad lo ponía en alerta de nuevo, y así volvía a caer en aquella espiral de pensamientos encadenados que giraban en torno a la misma persona.
Lanzó un profundo suspiro al viento y cerró los ojos con desánimo. Se incorporó y dio media vuelta hacia su habitación. Abrió el minibar y se sirvió una copa de whisky. Se sentó lentamente sobre el enorme sillón de piel junto al ventanal que daba afuera. Mientras agitaba despacio la copa, desvió la mirada de nuevo al balcón. Sentía que su libertad se había ido volando, dejando lugar sólo a una condena de batallas y conflictos de sentimientos, pensamientos, razonamientos lógicos y otros no tan lógicos; un caos del cual era esclavo y que se tensaba sobre su cuello como la correa alrededor de un perro. Pero en el fondo sabía que merecía la pena toda esa lucha. Sabía que ganase o perdiese, saldría adelante con algo más que recordar en su vida. Pero era su deseo de tomar las decisiones correctas lo que le hacía plantearse aquél sinfín de preguntas y situaciones posibles.
Donde otros simplemente dejan al tiempo y al destino hacer su labor, él siempre intentaba tomar parte del juego y cambiar las tornas a su favor en la medida de lo posible. Pero eran tantas las cosas que se le escapaban... Tantas las posibilidades y tan poca la información de la que podía sacar conclusiones... Al final todo se reducía a lo mismo, él debía hacer lo que le dictase su instinto. Era el miedo a no poder aprovechar la oportunidad lo que le hacía tambalearse como un ciprés en un día de otoño.
Sencillamente complejo. Bebió un trago de whisky y dejó la copa sobre la mesita. Cerró los ojos y la vio, delante de él, con su sonrisa traviesa y aquellos ojos que lo hacían estremecerse cada vez que se cruzaban con los suyos. Adoraba su mirada, adoraba su pelo y sus gestos. Se sentía sobrecogido ante su imagen incluso con un simple recuerdo de ella. Volvió a suspirar y se maldijo por su debilidad.
-¿Cómo podría conseguirte? -Se preguntó en voz alta.-¿Cómo?
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