El valor de una derrota reside en la experiencia que uno gana. Gracias a todas las veces en las que nos equivocamos, en las que perdimos algo, o simplemente no obtuvimos lo que esperábamos, gracias a todas estas ocasiones crecemos y nos hacemos más fuertes. El dolor que causan todas ellas, las lágrimas que derramamos y la decepción son un elemento necesario en el aprendizaje, pues son estas emociones las que luego nos harán recordar con mayor fuerza lo que hicimos mal o lo que podemos prever.
Pero para la persona que está metida de lleno en esa amarga situación no hay consuelo que calme su dolor, ni palabras para curar sus heridas. En cambio, hoy ofrezco una visión optimista a todas aquellas personas que temen al dolor, que no se arriesgan por miedo a fallar, que nunca se aventuran por todo lo malo que podría pasarles. Ésta es mi visión:
Si la vida fuera una carretera, hay muchas maneras de recorrerla. Todos los caminos se cruzan, se juntan, se separan, igual que las personas se distancian unas de otras, y durante este recorrido uno puede tropezarse. Tropezar es un privilegio, levantarse es una obligación. Nunca podrás evitar caerte, pero si en lugar de mirar hacia adelante pierdes el tiempo lamentándote por todas tus caídas en lugar de aprender de ellas, la carretera que recorres se volverá angustiosa. Por este motivo animo a todos los que luchan a seguir luchando, y mantener la cabeza alta pase lo que pase, sin menospreciarse por no tomar siempre la decisión correcta.
La vida da muchas vueltas y a cada esquina que giras tienes una nueva oportunidad. Sé fuerte, sé valiente, y sobre todo nunca te pares. Sigue caminando. Y a ser posible, hazlo con una sonrisa en la cara, porque si sonríes, el mundo te devolverá esa sonrisa.
Precioso, es la pura verdad, hay que enfrentar esta vida con positividad, siempre se puede sacar una lectura positiva aunque tu creas que ha sido un fracaso.
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