viernes, 28 de septiembre de 2012

Puertas

Las cosas más sencillas son las que nuestra mente entiende mejor. Por eso la ciencia en general pretende simplificar mediante teorías y fórmulas una realidad compleja y casi abstracta para que así podamos comprender mejor el funcionamiento de las cosas.

De momento no he escuchado a nadie hablar sobre "teoría de las oportunidades". Una oportunidad es una singularidad en el tiempo, un único instante que sólo existe durante una fracción infinitesimal de segundo en la cual el poseedor de dicha oportunidad tiene la capacidad de tomar una decisión de la que sacaría cosas beneficiosas. Pero siempre nos adelantamos y creemos que tenemos la oportunidad durante un tiempo indefinido antes de dicho instante. Por ejemplo, si en el supermercado de la esquina ponen de oferta la leche, nosotros en nuestra casa pensamos que tenemos que aprovechar esa oportunidad que tenemos de comprar leche más barata. Es un error muy común pensar que la oportunidad la poseemos nosotros y la usamos como moneda de cambio para obtener un beneficio. Una vez he obtenido el beneficio, ya he gastado la oportunidad. Este concepto de la oportunidad es una burda simplificación que hace nuestra mente para adelantarse al futuro. En realidad nuestro cerebro no puede trabajar a gusto pensando que la oportunidad no la tenemos ahora, sino que es algo efímero, instantáneo. Se crea un engaño mental y atribuye unas cualidades de permanencia y materialidad ficticias para así poder comprender la oportunidad como el que tiene un billete; algo potencial, algo con valor y que poseemos. Esta simplificación es eficiente, nos permite actuar de forma más práctica que si viviésemos pensando que la oportunidad es tan solo un momento en el tiempo. De ser así, probablemente le quitaríamos importancia a esa oportunidad.

Pero es curioso cómo una persona puede llegar a sentirse a la hora de decidir entre varias oportunidades. Más que eso, se llega a producir un comportamiento contraproducente cuando por intentar aprovechar al máximo todas las oportunidades al final no somos capaces de aprovechar ninguna. Somos avariciosos, somos codiciosos, somos envidiosos. Los seres humanos somos criaturas inteligentes porque hemos sabido aprovechar las oportunidades que hemos encontrado. Un perro deja pasar millones de oportunidades a lo largo de su vida, algunas porque no las llega a ver y otras porque simplemente las ignora. Un humano no. ¿Quién rechazaría venderle una botella de agua a un hombre con mucha sed que pagaría 100 euros por ella? Desde luego que la mayoría no lo haríamos.

De modo similar, con las personas también tenemos "oportunidades", pero resulta que éstas suelen tener un periodo de validez menor. Puede ser de horas, como en el caso de llamar a una persona para felicitarle por su cumpleaños, o puede ser cuestión de segundos, como ocurre cuando alguien te hace una pregunta determinante y tu silencio provocaría su ira. Vayámonos a casos más complejos, donde una persona tiene la oportunidad de conocer a una chica que le quiere presentar un amigo, o puede decidir quedarse en casa viendo el partido del Real Madrid. Esa persona es consciente de que tiene una oportunidad de conocer a una chica, pero considera que no puede perderse el partido. Si alguien le hubiera dicho que aquella chica hubiera sido su pareja perfecta no hubiera escogido la opción de ver el partido con mucha probabilidad. En un caso aún más complicado, otro hombre está sentado en la barra de un bar y ve a una mujer bonita que le mira. Decide ir a saludarla, pero a mitad de camino se da un pequeño toquecito con una rubia increíble  y por un momento se le para el tiempo y siente un flechazo. La rubia le sonríe y le murmura un tímido "lo siento". Es entonces cuando el hombre debe escoger entre las dos oportunidades que tiene; hablar con la rubia y probar suerte o ir a hablar con la que le había mirado, que es menos guapa, pero que sabe que tiene altas probabilidades de éxito. En décimas de segundo su cerebro se plantea las dos opciones y tratando de imaginar las consecuencias de cada una pasa un segundo. La rubia de da la vuelta y el hombre se queda mirándola con la boca abierta. Luego se gira y ve que la mujer que le miró había cogido el bolso y se había marchado. Casos similares ocurren con frecuencia en la vida, en los que dejamos pasar oportunidades por codicia. La moraleja de la historia no es que haya que hacer las cosas sin dudar. Dudar es natural, y si ese hombre hubiera sabido que su duda le iba a privar de ambas oportunidades, él habría actuado con mayor velocidad. La moraleja es que hagas lo que hagas, la oportunidad no la tienes hasta que no has tomado la decisión. Una vez que has actuado, la oportunidad se ha esfumado. En el mismo momento en el que viene, se va. Pasa por tu vida como el destello de un flash, y tú no puedes retenerla. De hecho, ni si quiera puedes poseerla. La oportunidad no es tuya, no es de nadie. Tú no tienes oportunidades, tú aprovechas oportunidades que vienen a tu vida en el momento en que se presentan. Y muchas veces lo haces sin siquiera darte cuenta. Constantemente estás aprovechando y despreciando oportunidades, y en cambio sólo te paras a pensar en una ínfima parte de ellas. Y por pensar en ellas a veces también las desaprovechas.

Como conclusión de todo esto, uno puede pensar que lo que he dicho es una obviedad y que no tiene ninguna utilidad práctica. Desde luego, no te va a cambiar la vida ni tu conducta lo que has leído aquí. Pero puede que te dé una perspectiva nueva sobre ciertos aspectos de tu vida cuando te pongas a reflexionar sobre ellos. Tal vez te des cuenta de que estás dejando escapar más oportunidades de las que crees a cada segundo que pasa. Puede que te percates de que eres una persona indecisa, o demasiado alocada. Cada uno es diferente, y por eso cada persona sacará su propia conclusión de esta reflexión. Yo os invito a que no os obsesionéis con aprovechar las oportunidades que os da la vida. Cuando llegue el momento la aprovecharéis. Hasta entonces, centrad vuestra atención en las oportunidades que tenéis delante de vuestras narices. No hay decisiones acertadas, sólo afortunadas. Y cuando la fortuna no nos sonría, nosotros la sonreiremos a ella.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Lágrimas

Un pequeño chiquillo de apenas 6 años se encontraba en mitad de la carretera llorando, llamando a gritos a su mamá. Una joven se acercó al chico y lo llevó a la acera, donde le preguntó que cómo había llegado hasta allí. El niño no respondió, y en su lugar se aferró a su pierna con fuerza y dejó de llorar. La chica no sabía cómo reaccionar. Le acarició la cabecita y no pudo evitar sentir un instinto maternal invadiendo todo su cuerpo. Así estuvieron varios minutos, y el chico no aflojaba su abrazo. Al final la chica se agachó y el chiquillo la abrazó por el cuello, hundiendo su cabeza en la negra cabellera de ella. Aspiró su perfume y sonrió. La joven comenzó a sentir ganas de llorar, pues podía sentir la soledad de aquella criaturita; una profunda oscuridad que habitaba dentro del chiquillo. Podía sentir la huella de su miedo y cómo llamaba en silencio a alguien. Lo rodeó con sus brazos, allí, agachada en medio de la calle. Acarició de nuevo el suave pelo moreno del chico. Cada vez sentía con más intensidad la penumbra que habitaba en él. Ella misma empezó a sentir su miedo y la necesidad de encontrar la seguridad. Quiso decirle algo para que el chico se sintiera mejor, pero no se le ocurría nada. Entonces un par de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, e incomprensiblemente se encontró llorando, atrapada en un remolino de miedos, sombras y soledad. Abrazó al chico con más fuerza y la oscuridad se hizo más intensa. Continuó llorando con más intensidad, olvidándose por completo de dónde estaba. Intentó luchar contra toda aquella oleada de sensaciones tenebrosas e hirientes que amenazaban con apoderarse de ella. Quiso hacerse fuerte por aquella inocente criatura abandonada que había acudido a ella para buscar protección, para huir de aquella pesadilla de tinieblas. Cerró los ojos con fuerza y trató de buscar en su interior el calor que lograse ahuyentar las sombras. Aquella batalla se mantuvo durante una eternidad, o eso le pareció.

Finalmente, el chico aflojó su abrazo y las sombras se disiparon. En su lugar sintió una oleada maravillosa de calidez, una sensación nacida en lo más profundo de su ser que se expandió a cada nervio, a cada punto de su cuerpo, y que terminó en una explosión de luz en su cabeza mientras todo su cuerpo se estremecía. Sintió cómo el chiquillo comenzaba a volverse etéreo entre sus brazos. Abrió los ojos y vio de reojo el cuerpo del niño desapareciendo como humo en el aire, mientras la calidez que sentía se iba disipando. Y allí quedó, agachada en medio de la calle sin comprender nada de lo que había pasado. Se levantó, miró a su alrededor y no vio nada extraño. Continuó su camino hacia su casa recordando la experiencia.

martes, 4 de septiembre de 2012

Improvisación


La vida es una mierda y te hizo nacer humana, y por el hecho de ser humana te vas a enamorar. Enamorarse es una mierda. Es como ponerse unos grilletes etéreos que te hacen pensar y sentir las cosas de otra manera completamente anormal y estúpida.

Es horrible albergar sentimientos que no queremos tener, no podemos elegir cómo reacciona nuestro cuerpo en lo relacionado a las emociones. Pero cuanto más te enfrentes a ello, más sufrimiento tendrás que llevar contigo misma. En lugar de darle la espalda a lo que sientes, acéptalo como parte de ti misma. Sé consciente de la presencia de esos sentimientos que te molestan tanto, no intentes echarlos, no se van a ir, y no intentes ignorarlos, no te van a dejar en paz. Acéptalos, pues forman parte de ti quieras o no.

Enamorarse es una mierda, el amor es maravilloso en mi opinión. El amor es el lazo que existe entre dos personas sean del sexo que sean, de la raza o de la ideología que tengan. El amor no entiende de disputas ni de maldad, sólo entiende de perdón, de ganas de ayudar y proteger, de ganas de cuidar a la persona con la que compartimos ese amor. El amor existe entre padres e hijos, no sólo entre parejas. Así es como lo veo yo.

Creo que deberías intentar analizar tus propios sentimientos y aprender a diferenciarlos, porque muchas veces el amor y el odio se dan la mano, pero ambos son lazos separados, igual que enamorarse y odiar a alguien. Son sentimientos muy ligados y muchas veces indistinguibles. Reflexiona sobre ello.

miércoles, 29 de agosto de 2012

The Core

Hablemos de verdades. No de aquellas que suenan verídicas, no de las que al oírlas todo parece encajar. Hablemos de auténticas puñaladas, de esas que cuando uno las comprende y se siente identificado con ellas siente cómo algo se revuelve en su interior. Hablemos de rayos de luz que atraviesan nuestra fachada cuando nos enfocan con ellos y alcanzan un punto dentro de nosotros que rara vez visitamos.

Cada uno tiene una lista de cosas que odia, pero es escueta comparada con todas las cosas que odia y no están en esa lista. Cuando a uno le piden que diga cosas que le gustan, la mayoría de nosotros empieza con un "no sé... Hay muchas". Pero la verdad es que no hay tantas, porque realmente odiamos muchas mas cosas de las que nos gustan. Es fácil darse cuenta de lo que nos molesta, incordia o supone un obstáculo para nosotros. Probablemente si nos preguntasen por cosas que odiamos podríamos dar una lista muy extensa a la que podríamos añadir cosas sin parar. Y aunque intentásemos hacer una lista de aquellas cosas, siempre nos quedarían millones de cosas por decir.

El mundo es un lugar amargo donde sobrevivimos. Cada persona busca su lucero en la oscura noche de nuestras vidas, pero escondida entre millones de estrellas es difícil encontrar una luz que tenga algo de especial. Lo buscamos con la vista, mientras alrededor de nosotros acontecen situaciones que juzgamos con insolencia, como si tuviésemos ese derecho. Y aquellos que creen haberlo encontrado se aferran a su luz de esperanza creyendo que su salvación se encuentra en el camino que le guía aquella estrella que ellos han escogido porque creen más conveniente.

No hay mierda más apestosa que la de uno mismo, pero estamos acostumbrados a nuestros propios olores, así que pasa desapercibida.

Y se acabó. La locura toca a su fin, las preguntas siempre estarán ahí y mi vida comienza y termina ahora.

viernes, 27 de julio de 2012

Decisiones

Era verano en la gran ciudad. El sol brillaba en el zenit de su poder, castigando con sus invisibles manos a todo aquel que osaba exponerse a su alcance. Desde el balcón de la torre estaba a salvo de aquellas garras abrasadoras y disfrutaba de una brisa veraniega muy agradable. Allí estaba, como tantas otras veces, apoyado sobre la barandilla de piedra, desde donde alcanzaba a ver la destrucción del paisaje. Un incendio había acabado con gran parte de la ciudad. Sólo quedaban en pie algunos de los maltrechos cimientos de edificios. El resto estaba perdido.

La exposición de la ciudad a la naturaleza había sido un beneficio para todos los ciudadanos en épocas del año menos calurosas, pero aquél verano estaba siendo el más peligroso que recordara en toda su vida. El fuego se había provocado en el bosque junto a la ciudad, quemando pastos, prados, huertos y campos de cultivo por igual. Al final había rodeado la ciudad y a pesar de los intentos de las fuerzas de rescate por contener el incendio, en la ciudad había demasiados elementos susceptibles de arder. El resultado fue un desolador paisaje negro y miles de muertos víctimas de las llamas. Era una ruina.

Desde allí arriba se veía todo a salvo, aunque durante el incendio había llegado el humo a cada rincón de la atmósfera. La torre estaba en un sector al otro lado del río que hizo de cortafuegos, por lo que las llamas no llegaron hasta allí. Era un alivio ver que la pesadilla había terminado, pero ahora la ciudad estaba destruida por completo. Ya estaban en marcha los operativos para la reconstrucción, entre los que figuraba una enorme barrera en el perímetro exterior del núcleo urbano que pondría a salvo a los ciudadanos, dejando fuera únicamente los sectores industriales, oficinas, etc, y en esas zonas se prohibió la construcción de parques o demás elementos susceptibles de ser quemados. Era triste saber que una ciudad que mantuvo a sus ciudadanos en contacto con la naturaleza ahora debía protegerse, privando a los habitantes de un beneficio para guardar la ciudad de posibles incendios. Pero era lo que debían hacer. Y él lo observaba todo desde su balcón, todavía pensando en aquella mujer que unos meses atrás le hizo ilusionarse como un niño y que nunca más volvió a aparecer.

El momento había llegado. Harto de esperar, de hacer entrevistas y de observar por el balcón, tomó la decisión de empezar el viaje sin compañía. Solo empezó su viaje y solo continuaría. De modo que hizo las maletas y se marchó del hotel. Dejó su copa de whisky llena encima de la mesa, intacta.

jueves, 19 de julio de 2012

Reflexión

Hoy no toca compartir un sentimiento con una historia, como suelo hacer. Hoy invito a los posibles lectores a compartir conmigo una reflexión de trascendencia antropológica que tal vez todos conozcan pero no todos se hayan parado a analizar. Se trata de la forma de actuar con los demás.

Todos sabemos que cada persona es un mundo, cada persona tiene sus cualidades y sus defectos. Pero en común tenemos todos el deseo de llevarnos bien con las personas que tenemos cerca, o al menos todo lo bien que las circunstancias nos permiten. Para llevarse bien con alguien lo único que hay que hacer es intentar agradarles. Se inventaron para ello una serie de normas de educación y protocolos que facilitan la tarea de tener un trato agradable con la gente. Básicamente estas normas se basan en no hacer cosas que puedan molestar a los demás. Y como nadie espera nada de gente que no conoce, basta con limitarse a no molestar a esas personas. No hace falta molestarse en intentar adivinar lo que esa persona necesita, quiere o le gustaría tener, ya que ni esa persona nos lo pide, ni espera que se lo demos. En cambio resulta agradable, extremadamente agradable, cuando alguien que no conocemos de nada nos echa una mano y nos aporta algo más que amabilidad y respeto. Son esos pequeños gestos de amabilidad que ciertas personas observadoras disfrutan haciendo, como por ejemplo cedernos el puesto en el supermercado si ven que llevamos prisa, cedernos el asiento en el metro por pura amabilidad y no por la regla implícita de ceder el sitio a personas mayores o con dificultades, o un caso que me conmovió muchísimo una vez cuando vi a un joven de unos 25 años cargar con las bolsas de una mujer ya de avanzada edad, pero para nada inválida, desde que se bajó del autobús hasta su portal. Al principio la mujer le agradeció la ayuda e insistió en que no era necesario, pero el muchacho estaba dispuesto a ayudarla. La mujer cedió, llenando al muchacho de alabanzas y agradeciéndole con mucha cortesía su acción. Yo iba detrás de ellos, me bajaba en la misma parada, y para sorpresa mía el chico volvió sobre sus pasos tras dejar las bolsas de la señora en el portal de su casa. Casi lloré de alegría.

Pero en cambio existe mucha otra gente que vive en su mundo, que tiene demasiados problemas en la cabeza y que no le importa lo más mínimo la gente que vive a su alrededor. Esta gente es a la que la vida ha tratado mal y como consecuencia se han creado una máscara de odio contra el mundo, se han vuelto autónomos y no esperan recibir nada del mundo ni tienen nada que ofrecerle. Viven aislados. Han perdido su humanidad.

La mayoría de las personas se mueven entre estos dos extremos, en mayor o menor medida. Invito al lector a reflexionar en qué escalón se encuentra y a plantearse si no sería más agradable hacer un esfuerzo por ser como ese chico joven de 25 años, igual de servicial y atento a cualquier necesidad de alguien que le importe,  y también le invito a apreciar, igual que la ancianita, las cosas buenas que hacen los demás por nosotros, valorarlas y demostrarles a estas personas nuestro agradecimiento a base de devolverles un poquito de lo que ellos nos dan.

Cada persona tiene su corazón, su forma de ser y cada uno está dispuesto a entregar una cantidad de cosas. Pero el mundo sería un lugar mejor si todos estuviéramos en el mismo extremo. Por eso creo que es inteligente darse cuenta de lo que uno puede mejorar de sí mismo y no justificarse en el típico "yo soy así y no tengo por qué cambiar". El cambio surge por sí solo en las personas según se adaptan al medio que les rodea. Puede que ahora te vaya bien siendo así de cerrado y egoísta, ya que así es como el mundo te ha obligado a comportarte para protegerte. Pero rectificar es de sabios, y tarde o temprano deberás aprender a manejar las puñaladas que te lanza la vida sin perder la sonrisa de la cara. Porque al final si uno sonríe, es más probable que la gente que nos rodea nos devuelva la sonrisa. A veces hay que hacer cosas aunque no nos salgan por sí solas para adaptarse a situaciones o a personas para conseguir aquello que queremos. No malgastes las oportunidades, porque son limitadas.

miércoles, 11 de julio de 2012

A salvo

Mientras viajaba en el coche, el niño de 9 años observaba el paisaje de su tierra natal. El otoño había dejado a su paso millares de árboles desnudos, y sus hojas se acumulaban en los laterales de la estrecha vía que llevaba a su antiguo hogar. Los campos brillaban de un espléndido color dorado al reflejo del sol, y las ráfagas de viento hacían que aquello pareciese un mar de oro líquido. A lo lejos, las nubes jugaban a dar forma a infinidad de objetos, tantos como la mente de un chiquillo pudiera albergar. El niño seguía observando con detalle cada árbol, cada muro, y recordaba todos los momentos que había pasado jugando mientras su abuelo y su padre trabajaban en el campo. Ya faltaba poco para llegar a la finca. La emoción se apoderaba por momentos de él, y empezaba a jadear y a saltar inquieto en el asiento como un perrillo que espera a que jueguen con él.

Por fin llegaron a la entrada de la finca, y desde allí abajo pudo divisar todo su hogar. A lo lejos vio los olivares de su padre. Más cerca estaban los huertos donde plantaban una amplia variedad de hortalizas y verduras. Al otro lado justo estaba el gallinero y la pocilga del tío Pedro. Recordó con nostalgia las horas que su hermano y él habían pasado persiguiendo a las gallinas por el corralito cuando apenas tenía 6 años. También divisó la nave donde tenían a Melisandra, la vaca lechera. Su leche era la más deliciosa que había probado nunca. Todas las mañanas le despertaba su madre con un huevo frito de las gallinas, tostadas con mermelada y un vaso de leche recién ordeñada de Melisandra. Y cuando era época, durante unos días, un zumo de naranjas de su propio naranjo. El día en que nació plantaron una semilla de naranja en una maceta como recuerdo de aquél día. A los 4 años el niño empezó a regar todos los días su naranjo, y con el tiempo le cogió mucho cariño. Le gustaba medir su altura y compararla con la de su propio cuerpo.

Por eso, cuando bajaron del coche, el niño fue corriendo a la parte trasera de la casa donde estaba plantado su árbol. La abuela, que ya le conocía de sobra, se rió de buena gana cuando el niño ignoró a todo el mundo que había salido a recibirles para ir directamente al naranjo. Cuando dio la vuelta a la casa, se encontró al niño mirando sorprendido al árbol. En un año el árbol le había sacado dos cabezas. Las ramas más bajas le llegaban a la altura del cuello, y el arbolito ya tenía follaje suficiente para dar sobra a un metro cuadrado por debajo de él, e incluso había un par de docenas de naranjas maduras listas para comer. El niño miró a la abuela con una sonrisa de oreja a oreja, y la abuela le devolvió la sonrisa. Entonces el chico arrancó las dos naranjas más maduras del árbol y fue corriendo hacia su abuela con ellas en las manos. Juntos entraron en la cocina, donde el chiquillo, sin perder la sonrisa, se sentó con energía en la ornamentada mesa de madera. Al poco rato su abuela le tendió un enorme vaso de zumo de naranja. El niño lo miró con los ojos llenos de alegría y se llevó el vaso a los labios. Mientras se lo bebía, cerraba los ojos y recordaba otra vez las mañanas con su desayuno favorito, y durante lo que duró el vaso de zumo se dejó embriagar por las emociones y por el aroma a naranja más dulce que jamás probaría, y de nunca olvidaría.

domingo, 8 de julio de 2012

Bloodlust

El sol brillaba sobre el campo de batalla. Dos ejércitos en formación a pocos centenares de metros. El muchacho formaba parte del escuadrón "Averno", como lo habían denominado. Sería el primer escuadrón en entrar en batalla, y el último en abandonarla. Sus componentes eran los hombres de menor habilidad, un blanco fácil para los arqueros y una presa fácil para el enemigo. Aquellos integrantes sabían que su vida llegaría a su fin aquella misma tarde, pero no la abandonarían sin haberse llevado por delante unas cuantas cabezas. Los desertores se ganaban la misma muerte pero con menos honor. A ellos los recordarían como la primera estocada a las costillas del rival.

El joven muchacho, de 19 años, equipado con su casco, su armadura, una rodela en la mano izquierda y su preciada espada bastarda, había sido de los mejores de su promoción; un atajo de violadores, ladrones y demás hombres cuya condena a muerte por lo menos serviría de algo para el reino. A él lo habían enviado allí por robar gallinas para su hermana pequeña a un granjero que había tenido la precaución de poner trampas para gente como él. Por eso estaba allí, ante la muerte, sin mostrar ni un ápice de miedo, ya que el miedo se basa en la esperanza, y él sabía el destino que le deparaba. Allí, todo orgullo y coraje, miraba a los ojos al ejército al otro lado del valle.

En aquel momento todo era silencio. El único sonido era el de su propia respiración y el de los estandartes hondeando al viento. En su cabeza había tratado de imaginar cómo sería el golpe inicial, y cada vez era distinta. Aún así sabía que ninguna de las escenas que su mente montase sería la acertada. Por eso esperaba con ansia a la orden del capitán. Quería sentir su espada contra las carnes del enemigo. Quería ver la sangre salpicar a todos lados. Sentía la adrenalina correr por sus venas con sólo imaginarlo. Estaba preparado para morir, pero sabía que detrás de él dejaría varios cadáveres para alimentar a los cuervos. La furia se apoderaba de él y la impaciencia empezaba a invadirle. Quiso ser él mismo quien gritara "¡carga!".

Se contuvo, y siguió mirando con la cabeza alta a su enemigo. Su capitán levantó la espada en alto y gritó:

-¡Escuadrón Averno! ¡Sois la punta de la lanza que dará muerte al enemigo! ¡Sois las patas del caballo de nuestro ejército! ¡De vosotros depende la victoria! ¡Que vuestra espada no se pare hasta que no lo haga vuestro corazón! ¡Que vuestra mirada no se apague hasta que no lo haga vuestra vida! ¡Sois los demonios que ellos temen! ¡Su sangre alimentará vuestras espadas, y demostraréis vuestra fuerza y valor a esos perros! ¡Se hablará de vosotros durante mucho tiempo, y formaréis parte de la historia como el escuadrón Averno! ¡Por la victoria!

-¡¡POR LA VICTORIA!! -corearon todos -¡¡POR LA VICTORIA!!

Las espadas y los escudos se entrechocaron al unísono, creando una melodía de metal contra madera maravillosa. Los gritos de todo el ejército iban uniéndose al coro. La sangre se aceleraba, la furia volvía a aparecer, y esta vez fue el capitán quien gritó con la espalda en alto:

-¡¡¡CARGAAAAA!!!

miércoles, 4 de julio de 2012

Cristal

En la costa siguen vivas,
las tormentas no han cesado.
Iros, que las olas rompan
sobre otro acantilado.
Éste, viejo, ya ha quedado
por el tiempo desgastado
y las rocas que sostuvo
al final se derrumbaron.
Los martillos de la vida
repican sobre los clavos,
y sus ecos amortiguan
los gemidos del esclavo,
que a merced de los cayados
que su espalda ha encontrado
en ruinas ha convertido
los restos de su pasado.

No hay salida, no hay camino
más que aquél que has encontrado,
No hay señal que identifique
la estrella que estás buscando.
Y aunque lloras por la noche
nadie escucha tu canción.
A salvo bajo la almohada,
tu cristal, tu corazón.

Despiertas, un nuevo día,
una nueva soledad,
pero el mismo pan de siempre
vuelves a desayunar.
Un tazón de incertidumbre,
cucharadas de dolor,
tostada de pan de miedo
untada en resignación.
Luego empiezas tu jornada,
y realizas tu deber;
al mismo mundo de siempre
te obligan a complacer.
Y aunque siempre te preguntas
cuánto más has de aguantar,
la respuesta nunca llega,
y te mueres sin hogar.


No hay salida, no hay camino
más que aquél que has encontrado,
No hay señal que identifique
la estrella que estás buscando.
Y aunque lloras por la noche
nadie escucha tu canción.
A salvo bajo la almohada,
tu cristal, tu corazón.

Deberías ser capaz
de mirar una vez más
lo que fuiste alguna vez,
lo que nunca más serás,
porque el tiempo es siempre igual,
todo cambia, y tú también.
Rompe ahora tus cadenas,
muéstrales lo que no ven.

Muéstrales lo que no ven...
Muéstrales lo que no ven...


No hay salida, no hay camino
más que aquél que has encontrado,
No hay señal que identifique
la estrella que estás buscando.
Y aunque lloras por la noche
nadie escucha tu canción.
A salvo bajo la almohada,
tu cristal, tu corazón.

viernes, 29 de junio de 2012

Silencio

Imagina un espacio vacío donde el único color es el negro. Coloca en él tus recuerdos más felices como esferas de cristal de todos los colores imaginables. Átalos con hilos invisibles entre ellos y déjalos flotar.

Ahora añade en el hueco libre un montón de cintas infinitamente largas, de color rojo, que cubran el espacio casi por completo. Si lo has hecho bien, apenas podrás distinguir los recuerdos de las cintas. Dale movimiento a todo este conjunto, mézclalo y obtendrás un caos incesante de recuerdos y cintas agitándose. Obsérvalo y reflexiona cuántos de los recuerdos que conservas no se ven parcialmente tapados por el dolor del momento en el que vives.

Sólo hay un modo de encontrar la paz en este caos.

Silencio...

sábado, 23 de junio de 2012

Void

Era de noche. Otra vez allí arriba. Las vistas de la ciudad desde el balcón ornamentado eran las mismas, pero algo había cambiado en ella. Donde antes había luces de colores ahora se distinguían carteles de obras con luces amarillas, vallas, material de construcción almacenado y miles de diminutas hormigas de un lado para otro poniendo las cosas a disposición para el inicio de las obras. La ciudad cambiaba.

Tras las nevadas de invierno muchos de los edificios habían sufrido problemas de infraestructura. Las calles habían colapsado ante los escasos preparativos. Las medidas de seguridad se habían incrementado de forma radical para acabar con la corrupción de las calles y se habían cambiado los estatutos generales. Y él lo observaba desde aquél edificio en las alturas de la ciudad con su copa de whisky en una mano y la otra en el bolsillo de los vaqueros. Bebió un trago lento, casi indeciso. Cerró los ojos, se dejó embriagar por el aroma de la malta destilada y sintió un ligero mareo en la cabeza precedido de un escalofrío. Soltó el aire en un gesto de placer y se mantuvo así un rato, disfrutando de las sensaciones del momento. El viento le revolvió con suavidad el pelo ondulado, una brisa fresca cargada de olores de la nueva estación.

Le resultaba difícil creer que siguiera solo. Habían pasado tantas cosas... Y él no había encontrado lo que buscaba. A pesar de todo el esfuerzo implicado, las duras noches de insomnio, las horas muertas esperando cartas y correos que nunca llegarían, no había avanzado nada. Ella seguía sin dar señales de vida después de dos meses, y la muerte había dejado a su paso vidas importantes que podrían haberle ayudado a cumplir su meta. Pero él era consciente de la dificultad que entrañaba conseguir una compañía adecuada. Ninguna de las personas con las que había tomado contacto habían demostrado tener las cualidades necesarias para lo que él perseguía. Empezaba a pensar que tal vez tuviera que emprender el viaje solo. Pero era una idea aterradora. El único sujeto que le había parecido razonablemente cualificado era aquella chica desaparecida.

Tras la oferta inicial ella había aceptado comenzar con las fases de preparación. Habían acordado posponer la sesión, tras lo cuál ella abandonó el edificio y se perdió entre la multitud cien metros más abajo. Él la vio marcharse desde aquél mismo lugar en el que se encontraba, con el mismo vaso, la misma bebida, el mismo traje, pero diferente gesto. Aquél día en que observó a su posible compañera alejarse se encontraba satisfecho y lleno de esperanzas. Sabía que no debía hacerse ilusiones, pero se permitió el lujo durante unos instantes de fantasear. En cambio ahora no estaba aquella sonrisa de victoria en su rostro, ni el brillo de ambición en sus ojos. El único brillo que se reflejaba era el de las luces de obras que habían plagado la ciudad, y la única sonrisa, la del horizonte lejano. Su mente era un hervidero de preocupaciones y ninguna de sus aficiones había conseguido distraerle de aquél pequeño caos mental. Se apoyó con gesto taciturno sobre la barandilla y suspiró. Había tantas cosas que no comprendía, que ignoraba, y que su mente no era capaz de descifrar, que se desbordaba por momentos. Y su propia mente le pedía tregua, y su propia mente le plantaba batalla. Aquél choque lo hizo estremecerse por dentro. Se le encogió el corazón, el estómago se agitó, y con un ahogado grito de rabia arrojó el vaso de whisky al vacío.

domingo, 3 de junio de 2012

Independiente

-Desenrolla la alfombra, enciende las luces, pon la música y vístete con tu mejor traje. Ella está en camino. Ábrele la puerta cuando llegue, ofrécele tu mano y sonríe, comenta algo sobre sus zapatos, pendientes o algún otro detalle que unos ojos despistados dejarían pasar inadvertido. Haz que se sienta como la reina que es, llévala hasta el trono y enséñale las maravillas que éste le ofrece. Si lo haces bien, tal vez ella te recompense. El ayudante juega un papel fundamental en la vida de un gobernante. Te necesita para cumplir sus funciones y satisfacer sus placeres. Eso harás, todo eso y más.
-¿Y qué pasará cuando se dé cuenta de que no es real?
-Lo sabe, pero no quiere admitirlo. Necesita tener el control, y un mundo que no es real se escapa de sus manos. Por eso te necesita, ya que tú eres quien le mostrará el mundo que ella quiere ver.
-No se si podré...
-Si no puedes, ya buscará a un ayudante mejor. Ahí fuera existen miles de personas que se doblegarían ante una vida de servicio con sólo estar cerca de la reina. Pero ella te eligió a ti porque sabe de lo que eres capaz. No temas defraudarla, pues si se equivocó no cae en tus manos. Hazlo como tú sabes.


lunes, 21 de mayo de 2012

Compañeros de mente

¿Quién no ha conocido la ilusión? ¿Quién no ha enloquecido ante la perspectiva de un futuro donde somos felices y podemos disfrutar de aquello que tanto nos gusta? ¿Quién no ha estado ligeramente enamorado?

Fuera de toda cordura, hay relaciones que se valoran más por lo positivo que por el balance. El enamorado (o enamorada) es capaz de aguantar mil torturas con tal de poder compartir un instante de felicidad con la otra persona, y no se plantea si le compensa o no, porque lo hace sin pensar, llevado por la locura y la ilusión. Igual que una enfermedad, el amor es la esquizofrenia del populacho, así como la cura a todos sus males. Por amor se mueven montañas. Y luego cuando éste te abandona y sales de tu estado de embriaguez y enajenación mental, es entonces cuando lo culpas de tu desgracia. Estas características podrían incluir al amor entre el grupo de drogas más peligrosas que existen.

Ante este panorama, cada persona tiene una perspectiva. Los hay que consumen sin control, sin pensar en las consecuencias. Los hay que por buscar la droga desesperadamente acaban consumiendo un sucedáneo que les  calma por un breve periodo de tiempo, pero que a la larga acaba haciendo más daño. Los hay que consumen por diversión y sin caer demasiado en su efecto de dependencia. Los hay que de tanto consumir se acostumbran y necesitan aumentar su dosis. Y así podríamos definir las múltiples perspectivas que adopta cada individuo. Ninguna de ellas es la mejor y desde luego ninguna es buena o mala. No existe la mejor manera de plantearse las cosas. Cada uno arriesga lo que cree oportuno y ajusta sus criterios a su forma de ser.

Aunque existen ciertas anomalías y casos excepcionales en los que las reglas parecen romperse...

viernes, 4 de mayo de 2012

Arena

Un reloj. Tic, tac, tic, tac. La monotonía de un ciclo que reverbera en tus oídos. La repetición incesante de dos sonidos cuyo único propósito es recordarte que a cada toque dispones de un segundo menos de vida. Escucha sus latidos de muerte. Mira a tu alrededor. En la habitación en la que te encuentras no hay más luz que la del sol a través de un pequeño orificio excavado en la piedra, dejando una silueta ovalada sobre el suelo áspero y rocoso.

Sin más, solos tu, yo y aquél rayito de sol. Nos miramos. Tic, tac, tic, tac. Cada segundo es distinto, pero todos parecen iguales. Te oigo pensar, y entre los restos de tu fortaleza rebusco un recuerdo al que aferrarme con el que unir nuestras ideas. Ser uno. Pero hasta los escombros guardan secretos que jamás verán la luz. Tic, tac, tic, tac.
Te cojo la mano, y me sonríes. Pierdo la cuenta de los segundos que llevaba. Me paro en tus ojos y me pierdo en tu mirada. Olvido el tiempo y hasta mi propia respiración. Me adentro en la inmensidad del mar que hay tras la cortina de la vida y navego en dirección a tu hogar. Sueño despierto y siento nuevas sensaciones que jamás habría imaginado. El más mínimo contacto me reduce a migajas, a merced del picoteo de cualquier pájaro hambriento. Me vuelvo vulnerable, maleable como el aluminio. Me transformo en un ser de fuego, abrasando todo rastro de oscuridad que pudiera haber a mi alrededor. Brillo como una antorcha en una cueva, espantando las dudas y los miedos. Todo con un simple contacto.

No puedo decir lo que sentí al besarte. Sólo sé que la luz se extendió a toda la habitación, la roca se volvió mármol y el reloj, una canción.

lunes, 16 de abril de 2012

Apariencia

La luz es la fuente de todas nuestras visiones. Sin luz, el mundo se vuelve negro y oscuro. Pero en ocasiones la oscuridad revela cosas que nuestros ojos no pueden captar.

Un ejemplo es cuando uno se encuentra en la calle paseando entre los escaparates de las tiendas de moda y las cristaleras de los restaurantes, y en la mayoría de estas cristaleras no ve más que su reflejo. Si quiere que su mirada traspase ese cristal, debe acercarse a él y tapar con las manos toda la luz que viene de su lado, ya que nuestros ojos son incapaces de diferenciar entre dos planos de visión distintos, es decir, que se queda grabado en la retina la imagen con mejor visión.

La gente es igual. Para sobrevivir en un mundo en el que la comodidad se basa en ser aceptado como uno más y cumplir con la mayoría de las expectativas que la gente deposita en uno mismo es necesario reflejar al mundo lo que a uno le muestran: si mañana el 90% de la población se pone un sombrero rojo, tú también te lo comprarás, y no por ello serás una persona diferente.

Para esta metáfora existen muchos tipos de espejos, los cuales no vamos a analizar ahora mismo. Pero cabe resaltar un tipo determinado y escaso que es el espejo deforme. Una persona que mire a otra con este espejo verá reflejada su propia imagen, igual que en el resto de los espejos, pero con deformaciones, devolviéndole a quien lo mira una imagen amorfa y aberrante de la realidad en la que vive. Tras este espejo se esconden personajes entrañables que disfrutan observando las reacciones de aquellos sujetos que se atreven a mirarse en su espejo, y en mitad de su regocijo aprovechan para tomar nota y mejorar la estrategia.

Es bueno, entonces, tener un espejo tras el que resguardarse, y además adaptarlo a tu forma de vivir. Cada individuo adoptará una determinada postura ante este mecanismo de defensa. En resumen, si usted quiere averiguar qué hay detrás del espejo de alguien, deberá acercarse a éste y olvidarse del resto del mundo, ya que es la propia luz de nuestra existencia la que nos ciega ante las verdaderas apariencias de las personas.

martes, 3 de abril de 2012

Fiebre

Allí, recostado en su cama con ella a su lado, el mundo parecía no existir. Sentía su respiración tranquila cerca mientras ella dormía. Él era su protector, lo proclamaba a gritos, pero en realidad él también buscaba protección en ella. Una extraña comunión entre almas, con unas reglas implícitas que dictaban el comportamiento entre ellos. Y su corazón soñaba desbocado con saltarse las reglas y correr libremente por los campos de la aventura. Mientras acariciaba su cabello con suavidad iba pensando en todo lo que habían pasado juntos. Se recordaba a sí mismo lo afortunado que era de haberla encontrado, y de que ella confiara en él. Se parecían en tantas cosas que parecía mentira que no fueran hermanos. En cambio tenían una visión distinta de la vida, y a veces sus sentimientos iban desacompasados. Aún así él disfrutaba cada instante con ella, y le encantaba verla sonreír. Lo único que estropeaba su paz era aquél molesto dolor de cabeza.

jueves, 29 de marzo de 2012

Polimorfismo

Un día vi al pequeño Daniel sentado en la mesa del comedor observando con curiosidad algo que él mismo había creado con su juego de plastilina. Se trataba de un simple lapicero en torno al cual había enrollado plastilina en forma de espiral, y a continuación la había separado sin que perdiese la forma. Se había quedado con su típico gesto de asombro e intriga, la boca entreabierta, los ojos alerta y su pequeño cuerpecito quieto. Se dedicaba a girar la espiral que acababa de crear sobre sí misma encima de la mesa.

Cuando hubo satisfecho su curiosidad, arrugó de nuevo la plastilina y la amasó varias veces hasta que cogió la forma de una pelota. A continuación la dejó sobre la mesa y saltó de la silla. Con pasitos cortos y torpes corrió hacia su cuarto. Me quedé con una sonrisa, en el marco de la puerta, mirando cómo salía de su cuarto con su juguete favorito en la mano y su risita infantil, y corrió de nuevo hacia el comedor, pasando por delante de mí mientras gritaba "¡Roboto! ¡Roboto!". Roboto era el nombre que le había puesto al robot de plástico de un palmo de altura que le regalé los pasados Reyes Magos. Aquella figurita de acción había alimentado sus fantasías durante horas. Me llenaba de felicidad verle jugar con Roboto, ver su cara de diversión y oír los sonidos especiales que le ponía a cada acción del juguete: El sonido del muñeco volando, los rayos láser que disparaba al subir su brazo de plástico, la vocecilla que trataba de imitar diciendo "¡Soy Roboto! Yo os salvaré"... Me llenaba, realmente lo hacía. Conseguía tocar una fibra sensible muy dentro de mí.

Y lo siguiente que hizo tras coger a Roboto fue sentarse de nuevo en la silla y subir a Roboto a la mesa, tumbado. Agarró con sus manitas la pelota de plastilina y empezó a adornar la armadura, los brazos y la cabeza del muñeco con distintos elementos: En la cabeza le puso un casco con dos cuernos. En los brazos colocó tiras de plastilina a lo largo simulando cañones. En el torso le pegó una protección adicional "antibombas" en la que perfiló un triángulo con la punta hacia arriba. También le hizo un elegante par de botas con propulsores para "volar a la velocidad de la luz". Y por último le pegó un par de alas de aspecto deforme y pesado. Cuando acabó con su diseño, me miró con efusividad, alzó al nuevo Roboto en dirección a mí y me dijo "¡Mira, primo! ¡Súper Roboto!". Y me estuvo contando y explicando para qué servía cada parte. Cuando me explicó que las alas le permitían volar, le comenté que aquellas alas parecían poco fiables y demasiado voluminosas. Le dije que se fijara en los pájaros, que tenían alas gráciles y finas. Entonces se dedicó durante bastante tiempo a intentar perfeccionar las alas. Le dejé allí con su tarea mientras yo leía un libro en la terraza.

Al cabo de media hora más o menos escuché su voz llamándome con tono lastimero. Fui hasta el comedor y le vi sentado en frente de Súper Roboto con cara triste. "¿Qué ocurre, Dani?", le pregunté. "Súper Roboto no va a poder volar..." me respondió. "Mira". Y me enseñó a la figurita con las alas igual de deformes y gruesas. "La plastilina no funciona, y lo he intentado mucho, me he cansado, no puede tener las alas tan finas. No va a poder volar, primo...". Y comenzó a sollozar agarrando a Roboto de la pierna. "Bueno, ¿por qué no intentas usar otra cosa para las alas?". Él negó con la cabeza y empezó a llorar, con un gemido de rabia que se fue intensificando mientras se llevaba las manos a la cara. Fui a intentar consolarle, pero de pronto salió corriendo hacia la ventana del comedor, y gritando de rabia arrojó a Roboto al vacío. Me quedé atónito ante su reacción. Él se quedó allí, mirando por la ventana con lágrimas en los ojos. Entonces se giró hacia mí con cara de enfado, levantó un brazo, apuntó con el dedo a la ventana y me dijo:

"¿Lo ves? ¡No vuela!"

domingo, 25 de marzo de 2012

Cotton Candy

Aún recuerdo el último verano que pasé con mi abuelo. Era agosto cuando salimos a pasear por el pueblo, a la zona más próxima a la playa. Atravesamos los pequeños puestos de abalorios y complementos que instalaban todas las noches para atraer a los turistas, y nos alejamos del paseo marítimo para dirigirnos hacia la feria. La gigantesca noria se podía ver desde todos los rincones del pueblo, con cientos de bombillas de colores girando lentamente. Lo más característico de la feria era aquel surtido de olores que aumentaban según te ibas acercando al lugar. Churros, patatas fritas, pescaditos fritos, palomitas recién hechas... Todos estos olores se iban alternando y mezclándose a medida que uno iba recorriendo el lugar. Ese ambiente cargado, aquella atmósfera embriagadora, los sonidos de la maquinaria, la música, la gente... Recuerdo todo aquello con mucho cariño, y a mi abuelo, que me llevaba de una mano, mientras en la otra sujetaba torpemente un gigantesco algodón de azúcar tan grande como yo. Era una sensación maravillosa la de hundirse entre aquella nube y disfrutar de la paz que ofrecía ese dulce momento.

viernes, 23 de marzo de 2012

Sonreir

Me perdí, entre mis sueños,
y escuché aquella canción,
la que cantan los jilgueros
al posarse en tu balcón.
La que el mar lento susurra,
con ternura y emoción,
como tu voz en mi mente,
como tú en mi corazón.

Me perdí, entre tu cuerpo,
y perdido me quedé,
disfrutando de aquel tiempo
en el cielo de tu piel.
Paseé entre los valles,
y en tu cabello paré.
Escalé hacía tus labios,
y mirándote, pensé...

"Ojalá esto fuera eterno..."

.
. .
. . .
. . . .

Pero no lo fue.


miércoles, 21 de marzo de 2012

Ausente

¡(Antes de leer, abrir esta página: http://www.rainymood.com/ )!


(Además, si quereis darle un toque más realista, escuchad mientras leeis esta canción) 




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(¿Has abierto la página? Hazlo, de verdad... http://www.rainymood.com/ )

Estuvo así varios días, sentado en el sillón. Su mirada se perdía más allá de los cristales empañados cubiertos por ríos descendientes de agua. La niebla ligera de aquél día cubría los edificios más lejanos, envolviendo al mundo en un ambiente de soledad propio de aquellos días de primavera. Se encontraba a oscuras en el cuarto, con las cortinas de encaje ocres abiertas para dejar pasar la luz que ofrecía aquél día; poca y triste, daba a la estancia un aspecto aún más antiguo, y allí, entre aquellas cuatro paredes, todo parecía haber perdido la vida. La chimenea de mármol blanco, la vieja radio del abuelo encima de ésta, la mesa del té, los sofás viejos y rematados en ornamentaciones propias del siglo XVII, las estanterías de madera oscura empotradas y llenas de libros de historia, la lámpara dorada de araña colgando del techo, que a la vista de aquella luz daba la impresión de burlarse de todo el que la miraba como diciendo "ni si quiera yo voy a alegrarte la vista".

Pero la imagen que ofrecía el exterior no era mucho más alentadora. Los abetos se habían dejado abatir por las heladas del invierno, quedando derrotados junto a cipreses, olmos y demás árboles cuyas ramas se inclinaban como los brazos de un boxeador a punto de perder el conocimiento. La tierra, reblandecida por la lluvia, se había convertido en un páramo de barro y charcos que reflejaban la misma visión lúgubre que se veía por encima de ellos. El columpio del gran pino del patio se mecía suavemente hacia adelante y hacia atrás, y otra vez hacia delante, mientras las gotas seguían estrellándose y repicando contra el cristal de los enormes ventanales.

Del mismo modo que aquél día de Abril, su cabeza albergaba imágenes igual de lúgubres y desoladoras. Recordaba con amargura la última vez que la vio a Ella. Recordaba aquella despedida que se había quedado grabada en su mente. Evocaba sus palabras una y otra vez, que resonaban entre ecos en su cabeza, entremezcladas con las palabras dulces que un tiempo antes solía susurrarle al oído. Cerró los ojos con un gesto de dolor pausado. Siguió recordando todos los momentos que habían pasado juntos, todas las veces que se habían arropado bajo la manta que los abrigaba en las gélidas tardes de invierno; las mañanas de verano en las que se la encontraba dormida a su lado, aún entre los brazos de Morfeo; el olor de su pelo mezclado con el de la hierba fresca en el parque cuando se tiraban horas hablando de nada y de todo, tumbados al sol y la brisa. Con cada recuerdo, algo dentro de él se hacía un poquito más estrecho, se retorcía. Pero no podía evitar aquél pequeño suicidio interno. Su corazón se había vuelto frío, y en ese momento sólo quedaba de él un cadáver podrido por dentro e insensible. Ni las estocadas de dolor que le transmitían aquellos recuerdos lograban hacerle llorar. Siguió mirando por la ventana durante toda la tarde, hasta que se quedó dormido con la noticia de la defunción arrugada sobre su regazo.

domingo, 18 de marzo de 2012

Tropezando

El valor de una derrota reside en la experiencia que uno gana. Gracias a todas las veces en las que nos equivocamos, en las que perdimos algo, o simplemente no obtuvimos lo que esperábamos, gracias a todas estas ocasiones crecemos y nos hacemos más fuertes. El dolor que causan todas ellas, las lágrimas que derramamos y la decepción son un elemento necesario en el aprendizaje, pues son estas emociones las que luego nos harán recordar con mayor fuerza lo que hicimos mal o lo que podemos prever.


Pero para la persona que está metida de lleno en esa amarga situación no hay consuelo que calme su dolor, ni palabras para curar sus heridas. En cambio, hoy ofrezco una visión optimista a todas aquellas personas que temen al dolor, que no se arriesgan por miedo a fallar, que nunca se aventuran por todo lo malo que podría pasarles. Ésta es mi visión:


Si la vida fuera una carretera, hay muchas maneras de recorrerla. Todos los caminos se cruzan, se juntan, se separan, igual que las personas se distancian unas de otras, y durante este recorrido uno puede tropezarse. Tropezar es un privilegio, levantarse es una obligación. Nunca podrás evitar caerte, pero si en lugar de mirar hacia adelante pierdes el tiempo lamentándote por todas tus caídas en lugar de aprender de ellas, la carretera que recorres se volverá angustiosa. Por este motivo animo a todos los que luchan a seguir luchando, y mantener la cabeza alta pase lo que pase, sin menospreciarse por no tomar siempre la decisión correcta.


La vida da muchas vueltas y a cada esquina que giras tienes una nueva oportunidad. Sé fuerte, sé valiente, y sobre todo nunca te pares. Sigue caminando. Y a ser posible, hazlo con una sonrisa en la cara, porque si sonríes, el mundo te devolverá esa sonrisa. 

sábado, 17 de marzo de 2012

Dudas

La noche arropaba el paisaje ante sus ojos. Él estaba en el balcón, apoyado sobre la barandilla con una mano sujetando el peso de su cabeza y la otra cruzada sobre el brazo opuesto. Allí, en las alturas de la ciudad, uno parecía estar observando un mundo ajeno lleno de luces, brillantes y ordenadas. Desde su habitación del hotel podía ver ese mundo de sombras y puntos blancos entremezclados con colores variados. Un letrero rojo por aquí, unas manchas doradas por allá... A lo lejos se veía tenuemente el relieve de las montañas, encerradas entre el manto de estrellas del cielo y el mar de luces de la tierra. La temperatura era agradable en el balcón y soplaba una leve brisa que le mecía los mechones castaños alrededor de la frente. Los sonidos urbanos rompían la tranquilidad del momento, pero en sus pensamientos no había cabida para ninguna distracción.


Estaba cansado, no podía evitarlo. Su lucha permanente contra sí mismo lo agotaba mentalmente, y su inseguridad aumentaba conforme sus ideas desfilaban por su cabeza como gotas de lluvia sobre el cristal de una ventana. Y cada vez que pretendía olvidarlo todo y quitarle importancia, su miedo a perder la oportunidad lo ponía en alerta de nuevo, y así volvía a caer en aquella espiral de pensamientos encadenados que giraban en torno a la misma persona.


Lanzó un profundo suspiro al viento y cerró los ojos con desánimo. Se incorporó y dio media vuelta hacia su habitación. Abrió el minibar y se sirvió una copa de whisky. Se sentó lentamente sobre el enorme sillón de piel junto al ventanal que daba afuera. Mientras agitaba despacio la copa, desvió la mirada de nuevo al balcón. Sentía que su libertad se había ido volando, dejando lugar sólo a una condena de batallas y conflictos de sentimientos, pensamientos, razonamientos lógicos y otros no tan lógicos; un caos del cual era esclavo y que se tensaba sobre su cuello como la correa alrededor de un perro. Pero en el fondo sabía que merecía la pena toda esa lucha. Sabía que ganase o perdiese, saldría adelante con algo más que recordar en su vida. Pero era su deseo de tomar las decisiones correctas lo que le hacía plantearse aquél sinfín de preguntas y situaciones posibles.


Donde otros simplemente dejan al tiempo y al destino hacer su labor, él siempre intentaba tomar parte del juego y cambiar las tornas a su favor en la medida de lo posible. Pero eran tantas las cosas que se le escapaban... Tantas las posibilidades y tan poca la información de la que podía sacar conclusiones... Al final todo se reducía a lo mismo, él debía hacer lo que le dictase su instinto. Era el miedo a no poder aprovechar la oportunidad lo que le hacía tambalearse como un ciprés en un día de otoño.


Sencillamente complejo. Bebió un trago de whisky y dejó la copa sobre la mesita. Cerró los ojos y la vio, delante de él, con su sonrisa traviesa y aquellos ojos que lo hacían estremecerse cada vez que se cruzaban con los suyos. Adoraba su mirada, adoraba su pelo y sus gestos. Se sentía sobrecogido ante su imagen incluso con un simple recuerdo de ella. Volvió a suspirar y se maldijo por su debilidad.


-¿Cómo podría conseguirte? -Se preguntó en voz alta.-¿Cómo?

miércoles, 14 de marzo de 2012

¿El Color?

Hay quien los llama azules.
Hay quien los dice verdes.
Los listillos se plantan en aguamar.
Los más sosos dicen "bonitos".
Los que saben opinan que azul-grisáceo pasando por tonalidades doradas.
Los que no tienen ni idea ni opinan.

Pero el color de tus ojos es plateado.

Plateado, porque reflejan el mundo, y quien los mira puede ver el reflejo del sol en ellos.
Plateado como un espejo, pues desde fuera no puedes ver lo que hay dentro.
Plateado, y desde el interior observas lo que te rodea y no dejas salir la verdad.

Tus ojos son de ese color, y espero que algún día pueda ver de qué color son en realidad.

domingo, 11 de marzo de 2012

Esperanza

Cuando no quedan opciones o cuando el fin es inevitable, se puede hablar de derrota. Cuando no está en tus manos el destino de alguien o de algo, entonces se puede hablar de impotencia. Cuando ves cómo todo lo que te rodea se desmorona y cae, junto con tus ánimos, entonces se puede hablar de estar perdido.


La fortaleza de una persona se mide de muchas maneras, pero la más notable es cuando a uno le viene la avalancha. Bien por un golpe del destino, o por una sucesión de eventos, la fortaleza de una persona se pondrá a prueba cuando ésta afronte su situación. Si esa persona se deja llevar por la oleada de sentimientos ácidos que le invaden y le abruman, se ciega completamente y para esa persona se acaba la esperanza. Si una persona pierde algo y no lucha por recuperarlo, lo da por perdido para siempre, entonces pierde la esperanza.


La esperanza es aquello que nos impulsa a vivir, es nuestro motor, es lo que nos hace decir "Sí, voy a hacerlo". Nadie hace algo sin pensar que puede lograrlo. Nadie en su sano juicio intentaría escalar una montaña sabiendo de antemano que no puede hacerlo. Por eso, la esperanza es la bandera de nuestra fortaleza. Simboliza nuestra condición inconformista, significa "pase lo que pase lo voy a afrontar porque sé que podré con ello". Significa la voluntad de luchar, la sensación de poder, la confianza en uno mismo y en aquellos con los que comparte su objetivo.


Aquél que pierde la esperanza pierde la voluntad de vivir. Y no existe una clave mágica para tener esperanza, pero sí existe una frase que deberá recordar el que lea esto en aquellos momentos de abandono, cuando sienta que todo está perdido y cuando crea que ya no hay posibilidad de lograr tu objetivo:


"Si me juzgan, no dirán que no lo intenté hasta el final"


En mi caso estas palabras me han llenado de coraje, de valor, de fuerza. Significa que si fracasas, nadie podrá culparte de haberte retirado por cobarde, sino que se dará cuenta de que donde otras personas habrían abandonado, tú has luchado hasta el final. Por eso animo a todas las personas que luchan por algo en su vida a que lo persigan hasta que no quede más opción que retirarse. Porque una vida para rendirse es una vida para olvidar.

sábado, 10 de marzo de 2012

Incondicional

Ayer volví a sentir esa sensación amarga, como si se me encogiese el estómago hacia dentro. Es como un nudo que no se afloja por mucho que lo toques. Al contrario, parece hacerse más fuerte. Estaba en el metro de vuelta a casa y mi amiga estaba conmigo. Siempre que podemos volvemos juntos a casa, y como es normal, nos contamos nuestras cosas. Pero hay un límite, siempre hay un límite. Es imposible que dos personas se entiendan al 100%, está claro, pero esa sensación de que todo va bien cuando estás con una persona concreta... Esa sensación nunca estuvo cuando ella me acompañaba. Y cuanto más profundizábamos en nuestras conversaciones, más vacío me sentía.

Ayer volví a sentir aquél nudo en el estómago, al darme cuenta de que algo no iba como debía. Igual que una bicicleta que no gira con suavidad, nuestra amistad chirriaba y sonaba áspera, como si le faltase aceite a las bisagras que unían nuestras ideas. De hecho, era algo completamente opuesto a encajar bien. Cuando uno pensaba una cosa, el otro no la entendía ni le seguía el hilo. Cuando uno se sentía con ánimos de una cosa, el otro andaba pensando en lo contrario. Era como estar en los extremos opuestos de una puerta giratoria. Y me di cuenta de que era por mi culpa, por pretender ser más que un simple compañero de clase. Intentaba ser su bastón, su guía, pero ella no necesitaba ningún cayado en el que apoyar el peso de sus problemas. Al contrario, era una de esas personas que prefieren soportar su carga de manera independiente sin salpicar a los demás. Y lo que necesitaba de los demás era la sonrisa que ella les fingía cada vez que estaba mal, para saber que ellos estaban bien, que no estaban preocupados por ella.

Ayer volví a sentir aquella mierda de sentimiento que me invade cada vez que trato de ayudarla. Y me es inevitable, porque nací para ayudar a mis seres queridos. Y la quiero, por supuesto, es muy importante para mí. Pero me duele el hecho de que no podamos complementarnos. ¿Cómo puedes cuidar de alguien si no puedes acceder al bastión de su vida? ¿Cómo puedes no preocuparte por alguien que demuestra cada día que lucha con toda su alma por lo que otros simplemente obtienen de la nada?

Ayer... Ayer fue un día más. Sólo faltabas tú.

viernes, 9 de marzo de 2012

Contacto

Acariciaba el trozo de tela con sus ásperos dedos. Tumbado, así pasaba las horas. Entre aquellas cuatro paredes no había más entretenimiento que el recuerdo. No había ventanas por las que mirar. Llevaba años sin ver la luz del sol. Seguía vivo por inercia, porque era mejor pensar que algún día la vería otra vez. Lo malo era la esperanza que había albergado durante unos pocos días. Esa esperanza le había arruinado su rutina y le había hecho pensar que aún tenía posibilidades.

Fue aquella tarde de hace 3 semanas, cuando alguien abrió la puerta de la celda. La brillante luz del pasillo le deslumbraba y dibujaba el contorno de una figura humana. Tuvo que taparse los ojos para poder contemplarla. Ella entró en la habitación y cerró la puerta. La oscuridad se cernió sobre ellos. Ella se quedó allí, de pie. Su aroma inundaba toda la estancia, contrastando el hedor propio del recluso. Si a ella le molestaba aquella peste no hizo ademán de demostrarlo. No se movió de allí. Así el único sonido que se escuchó durante los minutos siguientes fueron los de la respiración del prisionero, que se encontraba atónito ante la inesperada visita. Le habría gustado preguntarle quién era, qué quería, si le podía liberar. Pero las palabras humanas le habían abandonado hacía ya tiempo, y las habían reemplazado las palabras de los fríos y pétreos ladrillos que conformaban su celda.

Entonces ella se acercó. Él se encontraba en el rincón más alejado de la puerta. El sonido de los suaves pasos penetraba sus oídos, acostumbrados al silencio. La oscuridad era absoluta. Pero ella parecía verle sin problemas, pues llegó hasta donde estaba el moribundo, se agachó y le puso una mano sobre la rodilla. Él se sobresaltó por el contacto de una persona humana, después de tanto tiempo... No la pudo ver, pero sentía que ella sonreía cálidamente. El corazón se le aceleró y de pronto sintió renacer en él un fuego que perdió en el pasado, aquella sensación de la vida fluyendo por sus venas. La cabeza le empezó a dar vueltas de la emoción y tuvo que apartarse más de ella para detener aquél maremoto de sensaciones incontroladas.

-Hola. -Fue todo lo que ella le dijo.

Entonces notó cómo ella le cogía con dulzura su mano izquierda y la entrelazaba con las suyas. Su corazón desbocado cabalgaba entre millones de ideas y recuerdos que cruzaban por su mente a la velocidad del rayo. Y fue entonces cuando perdió el conocimiento.

Al despertar ella ya no estaba, pero a su lado palpó y dio con un suave pañuelo. Lo cogió con desesperación y se lo acercó a la nariz. Era el olor de ella. Inconfundible. Y así quedó, tendido en el suelo, recordando algo que parecía haber sido un sueño. 

jueves, 8 de marzo de 2012

El legado

A salvo bajo la perpetua mirada de las estrellas, sus manos acariciaban el suave cabello de aquella belleza, de aquella chica que le había entregado algo más que su cariño. Bastante más. Sentía la seguridad que tanto había buscado durante años, y ahora que por fin la tenía no podía disfrutarla por completo. El tormento de que cualquier día ella se marcharía era demasiado fuerte como para aplacarlo. El sabor agridulce de tenerla lo tenía en jaque todas las noches, y sólo cuando ella lo miraba, lo besaba o le susurraba palabras al oído, sólo entonces el amargor se precipitaba para dar cabida a un mundo de sensaciones maravillosas.


Era así como se sentía, y ella lo sabía. Por eso trataba de no hacerle dudar ni un momento, e intentaba demostrarle y convercerle de que estaría con él para siempre. Pero "siempre" era una palabra impronunciable ante él.


-La única certeza que se puede tener al decir "siempre" es que siempre que la uses sabrás que te estarás equivocando.


Ella odiaba aquella facultad suya de destruir esos pequeños detalles que hacían los momentos mágicos más mágicos aún. Pero en el fondo tenía sus razones para vivir en ese constante desengaño. Su experiencia no le dejó otro legado más que la desconfianza. Y ahora ella debía curar aquellas cicatrices.


Pero en la mente de él se escondían los pensamientos más oscuros, aquellos que nunca compartiría con ella.

Por dentro...



-¿Sabes? No soy demasiado confiada con la gente que no conozco mucho... Por eso me cuesta hablarte con claridad a veces.
- No es algo que pueda cambiar. Lo entiendo.
-Lo siento... Pero sé que te gustaría que fuera más abierta. Tú, en cambio, eres único para hacer que la gente confíe en tí.
-No... Tampoco es eso...
-Claro que sí, si no, ¿Por qué estoy tomandome un café contigo en un lugar al que nunca he venido antes?
-Supongo que porque te apetecía.
-Así es. Pero me apetecía porque estabas tú. Jeje... Puede sonar estúpido, pero... No había sentido nada así en la vida. Me asusta un poco.
(silencio)
-Pero me gusta estar aquí contigo. Me caes bien.
-Gracias, supongo... Pero no era mi intención arrastrarte aquí ni...
-¡Qué tontería! No me has arrastrado, ya te lo he dicho. Si estoy aquí es porque quiero. De todas formas, dijiste que querías hablar de algo.
-Eh... Sí, em... Verás... ¿Te acuerdas de la rosa que alguien dejó en tu taquilla?
-Sí.
(silencio)
-¿Me lo vas a decir?
-No era de uno de segundo. Era mía.
(silencio)
-Pero, ¿Por qué?
-No lo sé... Supongo que por el mismo motivo por el que tú estás aquí.
-Ya han pasado 4 meses desde eso. ¿Por qué me lo has dicho tan tarde?
-No lo sé... No lo sé, yo...
(silencio)
-Y... ¿Hay algo más que quieras decirme?
-No sé si existe alguna palabra para describir un sentimiento tan extraño.
-No uses palabras, entonces.
(silencio)
-Pon tu mano sobre la mesa. Boca arriba.
-¿Así?
-Sí, así. Ahora no la muevas, y cierra los ojos.
-Vale. ¿Hasta cuándo?
-Yo te aviso.
(silencio)
-Ahora cierra la mano y no abras los ojos.
-¿Qué es esto? ¿Sal?
-No abras los ojos.
(silencio)
-Abre la mano otra vez. Eso es. Espera un momento...
(silencio)
-¡¿Qué haces?!
-¡No abras los ojos!
-¡Quema! ¡Aaaah!
-Sacudete la mano, pero no abras los ojos.
-¿A qué viene tanto misterio?
-Ahora lo entenderás...
(silencio)
-Ya está. Puedes abrirlos.
-¿Qué...?
(silencio)
-¿Ésto es lo que sientes cuando estás conmigo?
-Es lo que siento cada vez que te miro.
-Es... Curioso... Me has quemado azúcar en la mano, luego me has puesto hielo y ahora noto la mano como...
-Tirante.
-Algo así. ¿Qué significa eso?
-Significa lo que has sentido. Sólo eso.
-Ya veo... ¿Y ahora?
-Ahora tienes una mancha que sólo se quita con alcohol. O se te irá quitando a lo largo de unas semanas. Pero sea como sea, la mancha está ahí ahora mismo y no tienes ni alcohol ni unas semanas. Así que...
-...tengo que quedarme con la marca. Entiendo.
-Creo que me he explicado bien.
(silencio)
-... Demasiado bien.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Describió la tormenta



Era de noche. Se sentó sobre la hierba mojada en las vastedades de un prado. Los árboles se contaban con los dedos. Media luna brillaba espléndida sobre el cielo rodeada por miles de luciérnagas pegadas al cielo con chinchetas invisibles. Los ojos de los fantasmas se fijaban en él, y no le perdían de vista. Sentía cómo el universo se daba la vuelta para observarle.
En su mente las ideas volaban, se arrastraban, colisionaban unas con otras. No podía apartar la vista de un grupo de estrellas, cuya forma parecía gritar "jódete". Y él lo sentía, el cómo los dioses le propiciaban pequeñas tobitas en la nuca con sus gigantescos dedos. Por cada tobita, un recuerdo más aparecía en su mente. Y le costaba cada vez más mantener una idea positiva en su cabeza.
La perspectiva de que ya no había más camino que recorrer le acorralaba en un callejón de recuerdos sin salida. Su vida parecía estar a punto de descender por una pendiente vertical en la cual no había fin. Entonces se quedó atónito al ver un pequeño gato de pelaje negro a su derecha que lo mira con ojos firmes, curiosos. Estaba sentado sobre las patas traseras y ondeaba la cola de un lado para otro. El tiempo parecía haberse parado por un instante. El gato y él mantuvieron la mirada firme durante años hasta que el tiempo volvió a correr. Y el gato se levantó, se acercó lentamente hacia su pierna y frotó la mejilla contra sus vaqueros. Luego se paseó entre sus piernas, pasando el lomo pegado a ellas, como si exigiese que le mirase. Él también quería que le mirasen, sólo una persona. Pero pedía lo imposible. El gato se sentó a su izquierda y esperó tranquilo. Levantó la mano para acariciarle y el animal ni se inmutó, pero cuando estaba a pocos centímetros, la zarpa rasgó el viento y le hirió la mano con cuatro profundos surcos. Luego volvió a quedarse como estaba. Se miró la herida que sangraba lentamente y miró al gato. Éste parecía estar diciendo "no haber intentado tocarme" y él le contestó con una mirada nostálgica: "Es injusto, tú puedes tocarme y yo a tí no. ¿Por qué te frotas en mí entonces, cabroncete?".
El gato pareció haberle entendido, porque se acercó más, se puso sobre dos patas y apoyó las delanteras sobre sus rodillas plegadas. Volvió al ataque e intnetó acariciarle de nuevo. Ésta vez el gato se dejó tocar y ronroneó con suavidad, dando a entender que le gustaba aquello. Luego giró la cabeza y le lamió la mano. Él se dejó, y de nuevo observó anonadado cómo el gato intentaba curarle la herida que le había provocado.
"¿Por qué eres así? Primero me provocas, luego me hieres y ahora intentas curarme. Ella también era así, ¿lo sabes? Aunque en el fondo me quería, ella lo que buscaba era satisfacer su necesidad igual que tú. Terminó por herirme para siempre, porque hay heridas que no curan. Y luego se fue. Qué suerte teneis de tener siete vidas..."
Y el gato, que seguía lamiéndome la herida, lo miró fijamente y maulló, dandole a entender que sabía de qué hablaba. Por unos minutos ese gato había conseguido hacerle desprenderse de las ideas aterradoras, pero ahora volvieron a su mente con más fuerza que nunca. Todos los recuerdos vinieron de golpe y su mente no podía asimilarlos a la vez. Se desbordó y se echó a llorar. Emanó un profundo grito de rabia a la noche, y su eco resonó por todo el valle. El viento pareció responderle con una racha de aire que hizo moverse violentamente las hojas y ramas de los árboles. El gato, que había permanecido sentado, se levantó y echó a andar alejándose de él con tranquilidad.
"No te vayas... Por favor... Ahora mismo eres lo único que tengo"
Y por tercera vez su perplejidad era desmesurada cuando el gato se paró en seco, giró la cabeza mirándolo de soslayo, y tras dudar unos instantes, viró de pronto y echó a corrar hacia él. Lo vio acercarse tan rápido que no fue consciente de cuándo iba a llegar a él. El gato saltó y lo placó con el lomo sobre las rodillas. Inmediatamente después se puso en posición de caza y le maulló. Fue un maullido agudo, corto e intenso, y su cola se movía alocada de un lado a otro. Le pareció que el gato sonreía, y que quería jugar. Así que jugaron. Jugaron, jugaron y jugaron hasta que no pudo más. Cayó en un profundo sueño, y el gato se marchó del lugar.
Cuando despertó se encontraba en una cálida habitación. El sol entraba por las ventanas con sus rayos intensos como el fuego de un volcán. Lo arropaban varias sábanas. La puerta de la habitación estaba abierta, y se oia una radio sonar a lo lejos. Se levantó y caminó hacia la puerta. En un sofá había una muchacha mirando hacia la chimenea encendida haciendo ganchillo con un gato negro en su regazo. Se quedó paralizado en la puerta mirándola. El gato le olió y levantó la miraba, soltando un maullido de aviso. La chica se giró, y le sonrió. No hacía falta nada más. En la radio, el hombre del tiempo confirmaba la subida de temperaturas ante la llegada del verano. Y aunque se encontraba perdido y no sabía qué hacer, se sentó sin que nadie dijera nada al lado de la chica., que había parado de hacer ganchillo y lo miraba con ojos risueños y una gran sonrisa. Él no sabía qué decir y sin pensar dijo:
-¿Te gusta la lluvia?
-Me encanta. Sobre todo los relámpagos.
-Hace dos días fue una noche de lluvia y relámpagos.
-No estaba aquí... ¿Cómo fue?
Y durante horas hablaron de todo y de nada, de su vida, de sus ideas y de los recuerdos... Y le describió la tormenta más violenta de su vida cuyos recuerdos le acompañarían para el resto de sus días.