sábado, 1 de diciembre de 2018

Elecciones

Una decisión no es tal a menos que exista la posibilidad de cambiar el rumbo del destino. Yo no decido que mi corazón lata, y nada en mi consciencia podría intervenir en el hecho de que vaya a latir al terminar esta frase.

A menudo somos conscientes de percepciones e ideas que nos hacen imaginar que podemos hacer algo para cambiar un futuro imaginado; un futuro proyectado a partir de una operación mental llamada imaginación. En ocasiones nuestra mente nos hace creer que hemos tomado una decisión. ¿Fresa o vainilla? ¿En metro o andando? Sopesamos decisiones banales con la mayor de las tranquilidades. Y como no estamos apegados a ninguno de los resultados que nuestra mente proyecta, la decisión es sencilla, y real.

Otras veces tenemos miedo de equivocarnos, y tomamos decisiones tras una profunda deliberación, sopesando los pros y los contras. Y si sale mal, culpamos a nuestros cálculos o a algún factor que no tuvimos en cuenta. "Si todo hubiera ido como yo lo planeé...". Planeaste, luego no decidiste. Sólo fuiste víctima de una cruel ilusión que todos los seres humanos sufrimos, que es la creencia de que podemos elegir nuestro destino cuando utilizamos nuestra inteligencia y nuestra capacidad de previsión. Porque cuando uno sabe lo que quiere, y sabe cómo conseguirlo, no hay decisión que valga. Va a ir a por ello, y nada podría haber ocurrido de otra forma, igual que la manzana de Newton iba a caer en su cabeza desde el momento en el que algo hizo que se descolgase del árbol.

Pero entonces, ¿por qué las decisiones triviales pueden cambiar el destino y las elecciones conscientes y premeditadas no? Esencialmente porque están equilibradas. No existe ninguna fuerza mayor intentando arrastrar a tu consciencia a que elijas ese futuro, o que huyas de otro. Tu mente simplemente reposa a merced de la energía del universo, que la guía a través del campo imperceptible en el que todos nadamos. Cuando uno se deja mecer por este campo encuentra la harmonía y la paz que logran calmar y sanar los peores dolores del alma.

"Menuda tontería", dirán algunos, "pues yo soy dueño y controlador de muchas decisiones deliberadas. Por ejemplo, perfectamente podría ahora mismo decidir dejar de leer estas tonterías. Pero en su lugar he decidido seguir leyendo. Eso ha sido decisión mía y de nadie más". Querido lector, no ha captado usted mi punto si ha llegado a esa conclusión. Está usted bajo el control de una mente inconsciente que le lanza constantemente imágenes, recuerdos, ideas y que incluso mueve su cuerpo de forma ajena a su propia voluntad. ¿Cómo se explica, si no, que en el transcurso de estos últimos dos minutos usted haya seguido respirando, su sangre haya seguido fluyendo y sus ojos hayan seguido moviéndose por las líneas? Esa mente inconsciente tiene voluntad, mucha más que usted. Y en esa mente inconsciente no existe una persona, sino miles. Millones. BILLONES. Tantas como neuronas posee. Cada neurona actúa como un único decisor guiado por señales químicas. Cada una carece de voluntad, pues sólo siguen las leyes de la química. Pero en conjunto, crean una red en la cual se almacenan recuerdos, se crean ideas y se mezclan complejos pensamientos y reflexiones de las que ni usted ni yo somos conscientes.

Y aquí está la magia, porque cuando nuestra mente está en calma, equilibrada, significa que estos BILLONES de personalidades se mueven a una frecuencia eléctrica armonizada, permitiendo que las ideas fluyan de un lado de la red a otro con coherencia. Ninguna controla nada. Simplemente se dejan llevar. No existen ataduras a ningún futuro, ni se centran en repetir o huir de ningún pasado. Y entonces es cuando surge la oportunidad de tomar una decisión, desde la libertad otorgada por el equilibrio de una mente en calma, llena de gratitud y aceptación del presente, tal y cómo es, y no como nos lo imaginamos.

No digo que sea fácil, ni que debamos vivir siempre en ese estado de calma. Pero es importante trabajar la capacidad de dejar que nuestra mente y nuestras ideas y emociones fluyan con libertad dentro de nosotros.

Porque sólo aquella mente que está realmente libre es capaz de decidir.