miércoles, 8 de enero de 2014

Saltar

Existe un fenómeno bioquímico que en conjunto con otros acontecimientos, tanto externos al ser humano como internos, nos hacen sentir emociones. Nadie es capaz de dominar sus emociones por la complejidad que entraña su origen y la imposibilidad de controlar la mayoría de nuestras funciones internas.

Dejando a un lado la ciencia, hablando en un lenguaje en el que todos podamos entendernos con facilidad, quiero resaltar la importancia en nuestra vida de las expectativas. Existen tipos de expectativas diversos, desde las expectativas sociales, las laborales, las internas... Concretamente me llaman la atención las expectativas inconscientes.

¿Por qué inconscientes? ¿Qué tienen las demás expectativas para no ser calificadas de inconscientes? Realmente podemos darnos cuenta de que estamos siendo víctimas de unas expectativas cuando al pensar en un evento futuro le atribuimos características de nuestra invención. Por ejemplo si al pensar en un examen directamente nos imaginamos a nosotros mismos intentando resolver unas preguntas difíciles y luego nos entra miedo es porque nuestras expectativas con respecto al examen son de dificultad excesiva, lo que nos provoca una distorsión del modo en que nos afectan los hechos y por tanto una alteración emocional inapropiada, lo que repercute en nuestra manera de planificar nuestras acciones o de tomar decisiones.

En resumen, una expectativa siempre nos condiciona en el presente. No por tener una expectativa u otra vamos a tomar una mejor decisión con toda seguridad, aunque existan casos en los que es obvio que rebajar nuestras expectativas va a conllevar una respuesta mejor en el presente que la que tendríamos del otro modo. Así funcionan nuestras expectativas, así nos afectan, y nosotros no podemos hacer mucho por cambiar este hecho.

En cambio sí podemos influir en nuestro nivel de expectativas, aunque no al 100%, pero con la experiencia podemos aprender que en ciertas situaciones no es bueno imaginarse las cosas de una manera concreta, o aderezar una imagen del futuro con imaginación. Siempre es bueno perseguir una visión realista de las cosas, pero cuando lo que imaginamos nos viene de lejos, no sabemos mucho sobre ello, es algo nuevo o simplemente no depende de nosotros mismos, cualquier cosa que imaginemos va a condicionarnos de modo que nuestras decisiones o nuestros sentimientos sean un poco menos coherentes con la realidad.

Y por ejemplo, cuando nos encontramos en el borde de una piscina en verano y ya hemos catado la temperatura del agua con la puntita del pie... Inmediatamente hemos creado unas expectativas sobre lo que sentiremos cuando estemos dentro del agua. En ese momento nuestra mente pone en marcha todo un complejo sistema de conexiones para evitar una sensación desagradable que NUESTRAS EXPECTATIVAS han generado. Pero, ¿acaso hemos entrado en el agua para que nuestro cerebro capte la sensación de frío que esperamos? Este es el poder de las expectativas, generar emociones que según cómo las interpretemos intentaremos evitar o conseguir. Para aquellos que se pasan la vida tratando de evitar peligros y sensaciones negativas, saltar a la piscina les resultará una odisea. Para aquellos que viven al día sin esperar nada de lo que vendrá, saltar es una aventura. Para aquellos a los que les gusta pensar en el lado bueno de las cosas y siempre encuentran un buen motivo para avanzar, saltar les resultará fácil y emocionante.