miércoles, 29 de agosto de 2012

The Core

Hablemos de verdades. No de aquellas que suenan verídicas, no de las que al oírlas todo parece encajar. Hablemos de auténticas puñaladas, de esas que cuando uno las comprende y se siente identificado con ellas siente cómo algo se revuelve en su interior. Hablemos de rayos de luz que atraviesan nuestra fachada cuando nos enfocan con ellos y alcanzan un punto dentro de nosotros que rara vez visitamos.

Cada uno tiene una lista de cosas que odia, pero es escueta comparada con todas las cosas que odia y no están en esa lista. Cuando a uno le piden que diga cosas que le gustan, la mayoría de nosotros empieza con un "no sé... Hay muchas". Pero la verdad es que no hay tantas, porque realmente odiamos muchas mas cosas de las que nos gustan. Es fácil darse cuenta de lo que nos molesta, incordia o supone un obstáculo para nosotros. Probablemente si nos preguntasen por cosas que odiamos podríamos dar una lista muy extensa a la que podríamos añadir cosas sin parar. Y aunque intentásemos hacer una lista de aquellas cosas, siempre nos quedarían millones de cosas por decir.

El mundo es un lugar amargo donde sobrevivimos. Cada persona busca su lucero en la oscura noche de nuestras vidas, pero escondida entre millones de estrellas es difícil encontrar una luz que tenga algo de especial. Lo buscamos con la vista, mientras alrededor de nosotros acontecen situaciones que juzgamos con insolencia, como si tuviésemos ese derecho. Y aquellos que creen haberlo encontrado se aferran a su luz de esperanza creyendo que su salvación se encuentra en el camino que le guía aquella estrella que ellos han escogido porque creen más conveniente.

No hay mierda más apestosa que la de uno mismo, pero estamos acostumbrados a nuestros propios olores, así que pasa desapercibida.

Y se acabó. La locura toca a su fin, las preguntas siempre estarán ahí y mi vida comienza y termina ahora.