jueves, 29 de marzo de 2012

Polimorfismo

Un día vi al pequeño Daniel sentado en la mesa del comedor observando con curiosidad algo que él mismo había creado con su juego de plastilina. Se trataba de un simple lapicero en torno al cual había enrollado plastilina en forma de espiral, y a continuación la había separado sin que perdiese la forma. Se había quedado con su típico gesto de asombro e intriga, la boca entreabierta, los ojos alerta y su pequeño cuerpecito quieto. Se dedicaba a girar la espiral que acababa de crear sobre sí misma encima de la mesa.

Cuando hubo satisfecho su curiosidad, arrugó de nuevo la plastilina y la amasó varias veces hasta que cogió la forma de una pelota. A continuación la dejó sobre la mesa y saltó de la silla. Con pasitos cortos y torpes corrió hacia su cuarto. Me quedé con una sonrisa, en el marco de la puerta, mirando cómo salía de su cuarto con su juguete favorito en la mano y su risita infantil, y corrió de nuevo hacia el comedor, pasando por delante de mí mientras gritaba "¡Roboto! ¡Roboto!". Roboto era el nombre que le había puesto al robot de plástico de un palmo de altura que le regalé los pasados Reyes Magos. Aquella figurita de acción había alimentado sus fantasías durante horas. Me llenaba de felicidad verle jugar con Roboto, ver su cara de diversión y oír los sonidos especiales que le ponía a cada acción del juguete: El sonido del muñeco volando, los rayos láser que disparaba al subir su brazo de plástico, la vocecilla que trataba de imitar diciendo "¡Soy Roboto! Yo os salvaré"... Me llenaba, realmente lo hacía. Conseguía tocar una fibra sensible muy dentro de mí.

Y lo siguiente que hizo tras coger a Roboto fue sentarse de nuevo en la silla y subir a Roboto a la mesa, tumbado. Agarró con sus manitas la pelota de plastilina y empezó a adornar la armadura, los brazos y la cabeza del muñeco con distintos elementos: En la cabeza le puso un casco con dos cuernos. En los brazos colocó tiras de plastilina a lo largo simulando cañones. En el torso le pegó una protección adicional "antibombas" en la que perfiló un triángulo con la punta hacia arriba. También le hizo un elegante par de botas con propulsores para "volar a la velocidad de la luz". Y por último le pegó un par de alas de aspecto deforme y pesado. Cuando acabó con su diseño, me miró con efusividad, alzó al nuevo Roboto en dirección a mí y me dijo "¡Mira, primo! ¡Súper Roboto!". Y me estuvo contando y explicando para qué servía cada parte. Cuando me explicó que las alas le permitían volar, le comenté que aquellas alas parecían poco fiables y demasiado voluminosas. Le dije que se fijara en los pájaros, que tenían alas gráciles y finas. Entonces se dedicó durante bastante tiempo a intentar perfeccionar las alas. Le dejé allí con su tarea mientras yo leía un libro en la terraza.

Al cabo de media hora más o menos escuché su voz llamándome con tono lastimero. Fui hasta el comedor y le vi sentado en frente de Súper Roboto con cara triste. "¿Qué ocurre, Dani?", le pregunté. "Súper Roboto no va a poder volar..." me respondió. "Mira". Y me enseñó a la figurita con las alas igual de deformes y gruesas. "La plastilina no funciona, y lo he intentado mucho, me he cansado, no puede tener las alas tan finas. No va a poder volar, primo...". Y comenzó a sollozar agarrando a Roboto de la pierna. "Bueno, ¿por qué no intentas usar otra cosa para las alas?". Él negó con la cabeza y empezó a llorar, con un gemido de rabia que se fue intensificando mientras se llevaba las manos a la cara. Fui a intentar consolarle, pero de pronto salió corriendo hacia la ventana del comedor, y gritando de rabia arrojó a Roboto al vacío. Me quedé atónito ante su reacción. Él se quedó allí, mirando por la ventana con lágrimas en los ojos. Entonces se giró hacia mí con cara de enfado, levantó un brazo, apuntó con el dedo a la ventana y me dijo:

"¿Lo ves? ¡No vuela!"

domingo, 25 de marzo de 2012

Cotton Candy

Aún recuerdo el último verano que pasé con mi abuelo. Era agosto cuando salimos a pasear por el pueblo, a la zona más próxima a la playa. Atravesamos los pequeños puestos de abalorios y complementos que instalaban todas las noches para atraer a los turistas, y nos alejamos del paseo marítimo para dirigirnos hacia la feria. La gigantesca noria se podía ver desde todos los rincones del pueblo, con cientos de bombillas de colores girando lentamente. Lo más característico de la feria era aquel surtido de olores que aumentaban según te ibas acercando al lugar. Churros, patatas fritas, pescaditos fritos, palomitas recién hechas... Todos estos olores se iban alternando y mezclándose a medida que uno iba recorriendo el lugar. Ese ambiente cargado, aquella atmósfera embriagadora, los sonidos de la maquinaria, la música, la gente... Recuerdo todo aquello con mucho cariño, y a mi abuelo, que me llevaba de una mano, mientras en la otra sujetaba torpemente un gigantesco algodón de azúcar tan grande como yo. Era una sensación maravillosa la de hundirse entre aquella nube y disfrutar de la paz que ofrecía ese dulce momento.

viernes, 23 de marzo de 2012

Sonreir

Me perdí, entre mis sueños,
y escuché aquella canción,
la que cantan los jilgueros
al posarse en tu balcón.
La que el mar lento susurra,
con ternura y emoción,
como tu voz en mi mente,
como tú en mi corazón.

Me perdí, entre tu cuerpo,
y perdido me quedé,
disfrutando de aquel tiempo
en el cielo de tu piel.
Paseé entre los valles,
y en tu cabello paré.
Escalé hacía tus labios,
y mirándote, pensé...

"Ojalá esto fuera eterno..."

.
. .
. . .
. . . .

Pero no lo fue.


miércoles, 21 de marzo de 2012

Ausente

¡(Antes de leer, abrir esta página: http://www.rainymood.com/ )!


(Además, si quereis darle un toque más realista, escuchad mientras leeis esta canción) 




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(¿Has abierto la página? Hazlo, de verdad... http://www.rainymood.com/ )

Estuvo así varios días, sentado en el sillón. Su mirada se perdía más allá de los cristales empañados cubiertos por ríos descendientes de agua. La niebla ligera de aquél día cubría los edificios más lejanos, envolviendo al mundo en un ambiente de soledad propio de aquellos días de primavera. Se encontraba a oscuras en el cuarto, con las cortinas de encaje ocres abiertas para dejar pasar la luz que ofrecía aquél día; poca y triste, daba a la estancia un aspecto aún más antiguo, y allí, entre aquellas cuatro paredes, todo parecía haber perdido la vida. La chimenea de mármol blanco, la vieja radio del abuelo encima de ésta, la mesa del té, los sofás viejos y rematados en ornamentaciones propias del siglo XVII, las estanterías de madera oscura empotradas y llenas de libros de historia, la lámpara dorada de araña colgando del techo, que a la vista de aquella luz daba la impresión de burlarse de todo el que la miraba como diciendo "ni si quiera yo voy a alegrarte la vista".

Pero la imagen que ofrecía el exterior no era mucho más alentadora. Los abetos se habían dejado abatir por las heladas del invierno, quedando derrotados junto a cipreses, olmos y demás árboles cuyas ramas se inclinaban como los brazos de un boxeador a punto de perder el conocimiento. La tierra, reblandecida por la lluvia, se había convertido en un páramo de barro y charcos que reflejaban la misma visión lúgubre que se veía por encima de ellos. El columpio del gran pino del patio se mecía suavemente hacia adelante y hacia atrás, y otra vez hacia delante, mientras las gotas seguían estrellándose y repicando contra el cristal de los enormes ventanales.

Del mismo modo que aquél día de Abril, su cabeza albergaba imágenes igual de lúgubres y desoladoras. Recordaba con amargura la última vez que la vio a Ella. Recordaba aquella despedida que se había quedado grabada en su mente. Evocaba sus palabras una y otra vez, que resonaban entre ecos en su cabeza, entremezcladas con las palabras dulces que un tiempo antes solía susurrarle al oído. Cerró los ojos con un gesto de dolor pausado. Siguió recordando todos los momentos que habían pasado juntos, todas las veces que se habían arropado bajo la manta que los abrigaba en las gélidas tardes de invierno; las mañanas de verano en las que se la encontraba dormida a su lado, aún entre los brazos de Morfeo; el olor de su pelo mezclado con el de la hierba fresca en el parque cuando se tiraban horas hablando de nada y de todo, tumbados al sol y la brisa. Con cada recuerdo, algo dentro de él se hacía un poquito más estrecho, se retorcía. Pero no podía evitar aquél pequeño suicidio interno. Su corazón se había vuelto frío, y en ese momento sólo quedaba de él un cadáver podrido por dentro e insensible. Ni las estocadas de dolor que le transmitían aquellos recuerdos lograban hacerle llorar. Siguió mirando por la ventana durante toda la tarde, hasta que se quedó dormido con la noticia de la defunción arrugada sobre su regazo.

domingo, 18 de marzo de 2012

Tropezando

El valor de una derrota reside en la experiencia que uno gana. Gracias a todas las veces en las que nos equivocamos, en las que perdimos algo, o simplemente no obtuvimos lo que esperábamos, gracias a todas estas ocasiones crecemos y nos hacemos más fuertes. El dolor que causan todas ellas, las lágrimas que derramamos y la decepción son un elemento necesario en el aprendizaje, pues son estas emociones las que luego nos harán recordar con mayor fuerza lo que hicimos mal o lo que podemos prever.


Pero para la persona que está metida de lleno en esa amarga situación no hay consuelo que calme su dolor, ni palabras para curar sus heridas. En cambio, hoy ofrezco una visión optimista a todas aquellas personas que temen al dolor, que no se arriesgan por miedo a fallar, que nunca se aventuran por todo lo malo que podría pasarles. Ésta es mi visión:


Si la vida fuera una carretera, hay muchas maneras de recorrerla. Todos los caminos se cruzan, se juntan, se separan, igual que las personas se distancian unas de otras, y durante este recorrido uno puede tropezarse. Tropezar es un privilegio, levantarse es una obligación. Nunca podrás evitar caerte, pero si en lugar de mirar hacia adelante pierdes el tiempo lamentándote por todas tus caídas en lugar de aprender de ellas, la carretera que recorres se volverá angustiosa. Por este motivo animo a todos los que luchan a seguir luchando, y mantener la cabeza alta pase lo que pase, sin menospreciarse por no tomar siempre la decisión correcta.


La vida da muchas vueltas y a cada esquina que giras tienes una nueva oportunidad. Sé fuerte, sé valiente, y sobre todo nunca te pares. Sigue caminando. Y a ser posible, hazlo con una sonrisa en la cara, porque si sonríes, el mundo te devolverá esa sonrisa. 

sábado, 17 de marzo de 2012

Dudas

La noche arropaba el paisaje ante sus ojos. Él estaba en el balcón, apoyado sobre la barandilla con una mano sujetando el peso de su cabeza y la otra cruzada sobre el brazo opuesto. Allí, en las alturas de la ciudad, uno parecía estar observando un mundo ajeno lleno de luces, brillantes y ordenadas. Desde su habitación del hotel podía ver ese mundo de sombras y puntos blancos entremezclados con colores variados. Un letrero rojo por aquí, unas manchas doradas por allá... A lo lejos se veía tenuemente el relieve de las montañas, encerradas entre el manto de estrellas del cielo y el mar de luces de la tierra. La temperatura era agradable en el balcón y soplaba una leve brisa que le mecía los mechones castaños alrededor de la frente. Los sonidos urbanos rompían la tranquilidad del momento, pero en sus pensamientos no había cabida para ninguna distracción.


Estaba cansado, no podía evitarlo. Su lucha permanente contra sí mismo lo agotaba mentalmente, y su inseguridad aumentaba conforme sus ideas desfilaban por su cabeza como gotas de lluvia sobre el cristal de una ventana. Y cada vez que pretendía olvidarlo todo y quitarle importancia, su miedo a perder la oportunidad lo ponía en alerta de nuevo, y así volvía a caer en aquella espiral de pensamientos encadenados que giraban en torno a la misma persona.


Lanzó un profundo suspiro al viento y cerró los ojos con desánimo. Se incorporó y dio media vuelta hacia su habitación. Abrió el minibar y se sirvió una copa de whisky. Se sentó lentamente sobre el enorme sillón de piel junto al ventanal que daba afuera. Mientras agitaba despacio la copa, desvió la mirada de nuevo al balcón. Sentía que su libertad se había ido volando, dejando lugar sólo a una condena de batallas y conflictos de sentimientos, pensamientos, razonamientos lógicos y otros no tan lógicos; un caos del cual era esclavo y que se tensaba sobre su cuello como la correa alrededor de un perro. Pero en el fondo sabía que merecía la pena toda esa lucha. Sabía que ganase o perdiese, saldría adelante con algo más que recordar en su vida. Pero era su deseo de tomar las decisiones correctas lo que le hacía plantearse aquél sinfín de preguntas y situaciones posibles.


Donde otros simplemente dejan al tiempo y al destino hacer su labor, él siempre intentaba tomar parte del juego y cambiar las tornas a su favor en la medida de lo posible. Pero eran tantas las cosas que se le escapaban... Tantas las posibilidades y tan poca la información de la que podía sacar conclusiones... Al final todo se reducía a lo mismo, él debía hacer lo que le dictase su instinto. Era el miedo a no poder aprovechar la oportunidad lo que le hacía tambalearse como un ciprés en un día de otoño.


Sencillamente complejo. Bebió un trago de whisky y dejó la copa sobre la mesita. Cerró los ojos y la vio, delante de él, con su sonrisa traviesa y aquellos ojos que lo hacían estremecerse cada vez que se cruzaban con los suyos. Adoraba su mirada, adoraba su pelo y sus gestos. Se sentía sobrecogido ante su imagen incluso con un simple recuerdo de ella. Volvió a suspirar y se maldijo por su debilidad.


-¿Cómo podría conseguirte? -Se preguntó en voz alta.-¿Cómo?

miércoles, 14 de marzo de 2012

¿El Color?

Hay quien los llama azules.
Hay quien los dice verdes.
Los listillos se plantan en aguamar.
Los más sosos dicen "bonitos".
Los que saben opinan que azul-grisáceo pasando por tonalidades doradas.
Los que no tienen ni idea ni opinan.

Pero el color de tus ojos es plateado.

Plateado, porque reflejan el mundo, y quien los mira puede ver el reflejo del sol en ellos.
Plateado como un espejo, pues desde fuera no puedes ver lo que hay dentro.
Plateado, y desde el interior observas lo que te rodea y no dejas salir la verdad.

Tus ojos son de ese color, y espero que algún día pueda ver de qué color son en realidad.

domingo, 11 de marzo de 2012

Esperanza

Cuando no quedan opciones o cuando el fin es inevitable, se puede hablar de derrota. Cuando no está en tus manos el destino de alguien o de algo, entonces se puede hablar de impotencia. Cuando ves cómo todo lo que te rodea se desmorona y cae, junto con tus ánimos, entonces se puede hablar de estar perdido.


La fortaleza de una persona se mide de muchas maneras, pero la más notable es cuando a uno le viene la avalancha. Bien por un golpe del destino, o por una sucesión de eventos, la fortaleza de una persona se pondrá a prueba cuando ésta afronte su situación. Si esa persona se deja llevar por la oleada de sentimientos ácidos que le invaden y le abruman, se ciega completamente y para esa persona se acaba la esperanza. Si una persona pierde algo y no lucha por recuperarlo, lo da por perdido para siempre, entonces pierde la esperanza.


La esperanza es aquello que nos impulsa a vivir, es nuestro motor, es lo que nos hace decir "Sí, voy a hacerlo". Nadie hace algo sin pensar que puede lograrlo. Nadie en su sano juicio intentaría escalar una montaña sabiendo de antemano que no puede hacerlo. Por eso, la esperanza es la bandera de nuestra fortaleza. Simboliza nuestra condición inconformista, significa "pase lo que pase lo voy a afrontar porque sé que podré con ello". Significa la voluntad de luchar, la sensación de poder, la confianza en uno mismo y en aquellos con los que comparte su objetivo.


Aquél que pierde la esperanza pierde la voluntad de vivir. Y no existe una clave mágica para tener esperanza, pero sí existe una frase que deberá recordar el que lea esto en aquellos momentos de abandono, cuando sienta que todo está perdido y cuando crea que ya no hay posibilidad de lograr tu objetivo:


"Si me juzgan, no dirán que no lo intenté hasta el final"


En mi caso estas palabras me han llenado de coraje, de valor, de fuerza. Significa que si fracasas, nadie podrá culparte de haberte retirado por cobarde, sino que se dará cuenta de que donde otras personas habrían abandonado, tú has luchado hasta el final. Por eso animo a todas las personas que luchan por algo en su vida a que lo persigan hasta que no quede más opción que retirarse. Porque una vida para rendirse es una vida para olvidar.

sábado, 10 de marzo de 2012

Incondicional

Ayer volví a sentir esa sensación amarga, como si se me encogiese el estómago hacia dentro. Es como un nudo que no se afloja por mucho que lo toques. Al contrario, parece hacerse más fuerte. Estaba en el metro de vuelta a casa y mi amiga estaba conmigo. Siempre que podemos volvemos juntos a casa, y como es normal, nos contamos nuestras cosas. Pero hay un límite, siempre hay un límite. Es imposible que dos personas se entiendan al 100%, está claro, pero esa sensación de que todo va bien cuando estás con una persona concreta... Esa sensación nunca estuvo cuando ella me acompañaba. Y cuanto más profundizábamos en nuestras conversaciones, más vacío me sentía.

Ayer volví a sentir aquél nudo en el estómago, al darme cuenta de que algo no iba como debía. Igual que una bicicleta que no gira con suavidad, nuestra amistad chirriaba y sonaba áspera, como si le faltase aceite a las bisagras que unían nuestras ideas. De hecho, era algo completamente opuesto a encajar bien. Cuando uno pensaba una cosa, el otro no la entendía ni le seguía el hilo. Cuando uno se sentía con ánimos de una cosa, el otro andaba pensando en lo contrario. Era como estar en los extremos opuestos de una puerta giratoria. Y me di cuenta de que era por mi culpa, por pretender ser más que un simple compañero de clase. Intentaba ser su bastón, su guía, pero ella no necesitaba ningún cayado en el que apoyar el peso de sus problemas. Al contrario, era una de esas personas que prefieren soportar su carga de manera independiente sin salpicar a los demás. Y lo que necesitaba de los demás era la sonrisa que ella les fingía cada vez que estaba mal, para saber que ellos estaban bien, que no estaban preocupados por ella.

Ayer volví a sentir aquella mierda de sentimiento que me invade cada vez que trato de ayudarla. Y me es inevitable, porque nací para ayudar a mis seres queridos. Y la quiero, por supuesto, es muy importante para mí. Pero me duele el hecho de que no podamos complementarnos. ¿Cómo puedes cuidar de alguien si no puedes acceder al bastión de su vida? ¿Cómo puedes no preocuparte por alguien que demuestra cada día que lucha con toda su alma por lo que otros simplemente obtienen de la nada?

Ayer... Ayer fue un día más. Sólo faltabas tú.

viernes, 9 de marzo de 2012

Contacto

Acariciaba el trozo de tela con sus ásperos dedos. Tumbado, así pasaba las horas. Entre aquellas cuatro paredes no había más entretenimiento que el recuerdo. No había ventanas por las que mirar. Llevaba años sin ver la luz del sol. Seguía vivo por inercia, porque era mejor pensar que algún día la vería otra vez. Lo malo era la esperanza que había albergado durante unos pocos días. Esa esperanza le había arruinado su rutina y le había hecho pensar que aún tenía posibilidades.

Fue aquella tarde de hace 3 semanas, cuando alguien abrió la puerta de la celda. La brillante luz del pasillo le deslumbraba y dibujaba el contorno de una figura humana. Tuvo que taparse los ojos para poder contemplarla. Ella entró en la habitación y cerró la puerta. La oscuridad se cernió sobre ellos. Ella se quedó allí, de pie. Su aroma inundaba toda la estancia, contrastando el hedor propio del recluso. Si a ella le molestaba aquella peste no hizo ademán de demostrarlo. No se movió de allí. Así el único sonido que se escuchó durante los minutos siguientes fueron los de la respiración del prisionero, que se encontraba atónito ante la inesperada visita. Le habría gustado preguntarle quién era, qué quería, si le podía liberar. Pero las palabras humanas le habían abandonado hacía ya tiempo, y las habían reemplazado las palabras de los fríos y pétreos ladrillos que conformaban su celda.

Entonces ella se acercó. Él se encontraba en el rincón más alejado de la puerta. El sonido de los suaves pasos penetraba sus oídos, acostumbrados al silencio. La oscuridad era absoluta. Pero ella parecía verle sin problemas, pues llegó hasta donde estaba el moribundo, se agachó y le puso una mano sobre la rodilla. Él se sobresaltó por el contacto de una persona humana, después de tanto tiempo... No la pudo ver, pero sentía que ella sonreía cálidamente. El corazón se le aceleró y de pronto sintió renacer en él un fuego que perdió en el pasado, aquella sensación de la vida fluyendo por sus venas. La cabeza le empezó a dar vueltas de la emoción y tuvo que apartarse más de ella para detener aquél maremoto de sensaciones incontroladas.

-Hola. -Fue todo lo que ella le dijo.

Entonces notó cómo ella le cogía con dulzura su mano izquierda y la entrelazaba con las suyas. Su corazón desbocado cabalgaba entre millones de ideas y recuerdos que cruzaban por su mente a la velocidad del rayo. Y fue entonces cuando perdió el conocimiento.

Al despertar ella ya no estaba, pero a su lado palpó y dio con un suave pañuelo. Lo cogió con desesperación y se lo acercó a la nariz. Era el olor de ella. Inconfundible. Y así quedó, tendido en el suelo, recordando algo que parecía haber sido un sueño. 

jueves, 8 de marzo de 2012

El legado

A salvo bajo la perpetua mirada de las estrellas, sus manos acariciaban el suave cabello de aquella belleza, de aquella chica que le había entregado algo más que su cariño. Bastante más. Sentía la seguridad que tanto había buscado durante años, y ahora que por fin la tenía no podía disfrutarla por completo. El tormento de que cualquier día ella se marcharía era demasiado fuerte como para aplacarlo. El sabor agridulce de tenerla lo tenía en jaque todas las noches, y sólo cuando ella lo miraba, lo besaba o le susurraba palabras al oído, sólo entonces el amargor se precipitaba para dar cabida a un mundo de sensaciones maravillosas.


Era así como se sentía, y ella lo sabía. Por eso trataba de no hacerle dudar ni un momento, e intentaba demostrarle y convercerle de que estaría con él para siempre. Pero "siempre" era una palabra impronunciable ante él.


-La única certeza que se puede tener al decir "siempre" es que siempre que la uses sabrás que te estarás equivocando.


Ella odiaba aquella facultad suya de destruir esos pequeños detalles que hacían los momentos mágicos más mágicos aún. Pero en el fondo tenía sus razones para vivir en ese constante desengaño. Su experiencia no le dejó otro legado más que la desconfianza. Y ahora ella debía curar aquellas cicatrices.


Pero en la mente de él se escondían los pensamientos más oscuros, aquellos que nunca compartiría con ella.

Por dentro...



-¿Sabes? No soy demasiado confiada con la gente que no conozco mucho... Por eso me cuesta hablarte con claridad a veces.
- No es algo que pueda cambiar. Lo entiendo.
-Lo siento... Pero sé que te gustaría que fuera más abierta. Tú, en cambio, eres único para hacer que la gente confíe en tí.
-No... Tampoco es eso...
-Claro que sí, si no, ¿Por qué estoy tomandome un café contigo en un lugar al que nunca he venido antes?
-Supongo que porque te apetecía.
-Así es. Pero me apetecía porque estabas tú. Jeje... Puede sonar estúpido, pero... No había sentido nada así en la vida. Me asusta un poco.
(silencio)
-Pero me gusta estar aquí contigo. Me caes bien.
-Gracias, supongo... Pero no era mi intención arrastrarte aquí ni...
-¡Qué tontería! No me has arrastrado, ya te lo he dicho. Si estoy aquí es porque quiero. De todas formas, dijiste que querías hablar de algo.
-Eh... Sí, em... Verás... ¿Te acuerdas de la rosa que alguien dejó en tu taquilla?
-Sí.
(silencio)
-¿Me lo vas a decir?
-No era de uno de segundo. Era mía.
(silencio)
-Pero, ¿Por qué?
-No lo sé... Supongo que por el mismo motivo por el que tú estás aquí.
-Ya han pasado 4 meses desde eso. ¿Por qué me lo has dicho tan tarde?
-No lo sé... No lo sé, yo...
(silencio)
-Y... ¿Hay algo más que quieras decirme?
-No sé si existe alguna palabra para describir un sentimiento tan extraño.
-No uses palabras, entonces.
(silencio)
-Pon tu mano sobre la mesa. Boca arriba.
-¿Así?
-Sí, así. Ahora no la muevas, y cierra los ojos.
-Vale. ¿Hasta cuándo?
-Yo te aviso.
(silencio)
-Ahora cierra la mano y no abras los ojos.
-¿Qué es esto? ¿Sal?
-No abras los ojos.
(silencio)
-Abre la mano otra vez. Eso es. Espera un momento...
(silencio)
-¡¿Qué haces?!
-¡No abras los ojos!
-¡Quema! ¡Aaaah!
-Sacudete la mano, pero no abras los ojos.
-¿A qué viene tanto misterio?
-Ahora lo entenderás...
(silencio)
-Ya está. Puedes abrirlos.
-¿Qué...?
(silencio)
-¿Ésto es lo que sientes cuando estás conmigo?
-Es lo que siento cada vez que te miro.
-Es... Curioso... Me has quemado azúcar en la mano, luego me has puesto hielo y ahora noto la mano como...
-Tirante.
-Algo así. ¿Qué significa eso?
-Significa lo que has sentido. Sólo eso.
-Ya veo... ¿Y ahora?
-Ahora tienes una mancha que sólo se quita con alcohol. O se te irá quitando a lo largo de unas semanas. Pero sea como sea, la mancha está ahí ahora mismo y no tienes ni alcohol ni unas semanas. Así que...
-...tengo que quedarme con la marca. Entiendo.
-Creo que me he explicado bien.
(silencio)
-... Demasiado bien.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Describió la tormenta



Era de noche. Se sentó sobre la hierba mojada en las vastedades de un prado. Los árboles se contaban con los dedos. Media luna brillaba espléndida sobre el cielo rodeada por miles de luciérnagas pegadas al cielo con chinchetas invisibles. Los ojos de los fantasmas se fijaban en él, y no le perdían de vista. Sentía cómo el universo se daba la vuelta para observarle.
En su mente las ideas volaban, se arrastraban, colisionaban unas con otras. No podía apartar la vista de un grupo de estrellas, cuya forma parecía gritar "jódete". Y él lo sentía, el cómo los dioses le propiciaban pequeñas tobitas en la nuca con sus gigantescos dedos. Por cada tobita, un recuerdo más aparecía en su mente. Y le costaba cada vez más mantener una idea positiva en su cabeza.
La perspectiva de que ya no había más camino que recorrer le acorralaba en un callejón de recuerdos sin salida. Su vida parecía estar a punto de descender por una pendiente vertical en la cual no había fin. Entonces se quedó atónito al ver un pequeño gato de pelaje negro a su derecha que lo mira con ojos firmes, curiosos. Estaba sentado sobre las patas traseras y ondeaba la cola de un lado para otro. El tiempo parecía haberse parado por un instante. El gato y él mantuvieron la mirada firme durante años hasta que el tiempo volvió a correr. Y el gato se levantó, se acercó lentamente hacia su pierna y frotó la mejilla contra sus vaqueros. Luego se paseó entre sus piernas, pasando el lomo pegado a ellas, como si exigiese que le mirase. Él también quería que le mirasen, sólo una persona. Pero pedía lo imposible. El gato se sentó a su izquierda y esperó tranquilo. Levantó la mano para acariciarle y el animal ni se inmutó, pero cuando estaba a pocos centímetros, la zarpa rasgó el viento y le hirió la mano con cuatro profundos surcos. Luego volvió a quedarse como estaba. Se miró la herida que sangraba lentamente y miró al gato. Éste parecía estar diciendo "no haber intentado tocarme" y él le contestó con una mirada nostálgica: "Es injusto, tú puedes tocarme y yo a tí no. ¿Por qué te frotas en mí entonces, cabroncete?".
El gato pareció haberle entendido, porque se acercó más, se puso sobre dos patas y apoyó las delanteras sobre sus rodillas plegadas. Volvió al ataque e intnetó acariciarle de nuevo. Ésta vez el gato se dejó tocar y ronroneó con suavidad, dando a entender que le gustaba aquello. Luego giró la cabeza y le lamió la mano. Él se dejó, y de nuevo observó anonadado cómo el gato intentaba curarle la herida que le había provocado.
"¿Por qué eres así? Primero me provocas, luego me hieres y ahora intentas curarme. Ella también era así, ¿lo sabes? Aunque en el fondo me quería, ella lo que buscaba era satisfacer su necesidad igual que tú. Terminó por herirme para siempre, porque hay heridas que no curan. Y luego se fue. Qué suerte teneis de tener siete vidas..."
Y el gato, que seguía lamiéndome la herida, lo miró fijamente y maulló, dandole a entender que sabía de qué hablaba. Por unos minutos ese gato había conseguido hacerle desprenderse de las ideas aterradoras, pero ahora volvieron a su mente con más fuerza que nunca. Todos los recuerdos vinieron de golpe y su mente no podía asimilarlos a la vez. Se desbordó y se echó a llorar. Emanó un profundo grito de rabia a la noche, y su eco resonó por todo el valle. El viento pareció responderle con una racha de aire que hizo moverse violentamente las hojas y ramas de los árboles. El gato, que había permanecido sentado, se levantó y echó a andar alejándose de él con tranquilidad.
"No te vayas... Por favor... Ahora mismo eres lo único que tengo"
Y por tercera vez su perplejidad era desmesurada cuando el gato se paró en seco, giró la cabeza mirándolo de soslayo, y tras dudar unos instantes, viró de pronto y echó a corrar hacia él. Lo vio acercarse tan rápido que no fue consciente de cuándo iba a llegar a él. El gato saltó y lo placó con el lomo sobre las rodillas. Inmediatamente después se puso en posición de caza y le maulló. Fue un maullido agudo, corto e intenso, y su cola se movía alocada de un lado a otro. Le pareció que el gato sonreía, y que quería jugar. Así que jugaron. Jugaron, jugaron y jugaron hasta que no pudo más. Cayó en un profundo sueño, y el gato se marchó del lugar.
Cuando despertó se encontraba en una cálida habitación. El sol entraba por las ventanas con sus rayos intensos como el fuego de un volcán. Lo arropaban varias sábanas. La puerta de la habitación estaba abierta, y se oia una radio sonar a lo lejos. Se levantó y caminó hacia la puerta. En un sofá había una muchacha mirando hacia la chimenea encendida haciendo ganchillo con un gato negro en su regazo. Se quedó paralizado en la puerta mirándola. El gato le olió y levantó la miraba, soltando un maullido de aviso. La chica se giró, y le sonrió. No hacía falta nada más. En la radio, el hombre del tiempo confirmaba la subida de temperaturas ante la llegada del verano. Y aunque se encontraba perdido y no sabía qué hacer, se sentó sin que nadie dijera nada al lado de la chica., que había parado de hacer ganchillo y lo miraba con ojos risueños y una gran sonrisa. Él no sabía qué decir y sin pensar dijo:
-¿Te gusta la lluvia?
-Me encanta. Sobre todo los relámpagos.
-Hace dos días fue una noche de lluvia y relámpagos.
-No estaba aquí... ¿Cómo fue?
Y durante horas hablaron de todo y de nada, de su vida, de sus ideas y de los recuerdos... Y le describió la tormenta más violenta de su vida cuyos recuerdos le acompañarían para el resto de sus días.