viernes, 4 de septiembre de 2015

Naysha


La niña miraba a la inmensidad del cielo nocturno en una remota ciudad del norte. La luna llena abrazaba con destellos sus mechones de pelo dorado ondeando al viento. Los flecos de su falda jugaban al pilla-pilla a su espalda mientras ella observaba con detalle cada constelación. Alrededor brillaban las luces características de la metrópolis en la que vivía.

Mientras se dejaba arrullar por el paisaje sobrecogedor la niña imaginaba. Su mente creaba personajes de ciencia ficción que volaban por el cielo. Un ángel vestido de blanco con larga melena de color platino la abrazaba, le susurraba una palabra al oído y de pronto un par de magníficas alas aparecían en la espalda de la niña. Juntas despegaban del balcón y surcaban los cielos de la ciudad como dos majestuosas aves. Sentía el viento contra su cara mientras extendía los brazos. Su pelo dorado revoloteaba por la velocidad, su vestido se revolvía frenéticamente, ella sonreía.

Volaban, giraban, subían, bajaban, mientras pequeñas llamas las envolvían y seguían sus pasos. Miraba al ángel que la había dotado del poder de volar con su magia y ella le devolvía la sonrisa. Jamás había visto una criatura tan majestuosa, tan resplandeciente y hermosa. Su mirada era cálida, con aquellos ojos azul claro y un gesto amable que transmitía una sensación de seguridad, porque ella era su ángel de la guarda, ella era Naysha.

De pronto volvió en sí. Estaba de nuevo en el balcón contemplando el firmamento; ya no volaba, no había alas, no había ángel. Estaba sola otra vez. Como siempre. Cerró los ojos y sólo la vio a ella, y su visión le hizo sentir la seguridad que tanto añoraba. Naysha la protegía, allá a donde fuera. Y sólo necesitaba cerrar los ojos para volver a sentir su abrazo, su mirada. Una palabra y podría volar de nuevo. Una palabra y volverían a viajar, lejos, en bailes de fuego.