lunes, 21 de mayo de 2012

Compañeros de mente

¿Quién no ha conocido la ilusión? ¿Quién no ha enloquecido ante la perspectiva de un futuro donde somos felices y podemos disfrutar de aquello que tanto nos gusta? ¿Quién no ha estado ligeramente enamorado?

Fuera de toda cordura, hay relaciones que se valoran más por lo positivo que por el balance. El enamorado (o enamorada) es capaz de aguantar mil torturas con tal de poder compartir un instante de felicidad con la otra persona, y no se plantea si le compensa o no, porque lo hace sin pensar, llevado por la locura y la ilusión. Igual que una enfermedad, el amor es la esquizofrenia del populacho, así como la cura a todos sus males. Por amor se mueven montañas. Y luego cuando éste te abandona y sales de tu estado de embriaguez y enajenación mental, es entonces cuando lo culpas de tu desgracia. Estas características podrían incluir al amor entre el grupo de drogas más peligrosas que existen.

Ante este panorama, cada persona tiene una perspectiva. Los hay que consumen sin control, sin pensar en las consecuencias. Los hay que por buscar la droga desesperadamente acaban consumiendo un sucedáneo que les  calma por un breve periodo de tiempo, pero que a la larga acaba haciendo más daño. Los hay que consumen por diversión y sin caer demasiado en su efecto de dependencia. Los hay que de tanto consumir se acostumbran y necesitan aumentar su dosis. Y así podríamos definir las múltiples perspectivas que adopta cada individuo. Ninguna de ellas es la mejor y desde luego ninguna es buena o mala. No existe la mejor manera de plantearse las cosas. Cada uno arriesga lo que cree oportuno y ajusta sus criterios a su forma de ser.

Aunque existen ciertas anomalías y casos excepcionales en los que las reglas parecen romperse...

viernes, 4 de mayo de 2012

Arena

Un reloj. Tic, tac, tic, tac. La monotonía de un ciclo que reverbera en tus oídos. La repetición incesante de dos sonidos cuyo único propósito es recordarte que a cada toque dispones de un segundo menos de vida. Escucha sus latidos de muerte. Mira a tu alrededor. En la habitación en la que te encuentras no hay más luz que la del sol a través de un pequeño orificio excavado en la piedra, dejando una silueta ovalada sobre el suelo áspero y rocoso.

Sin más, solos tu, yo y aquél rayito de sol. Nos miramos. Tic, tac, tic, tac. Cada segundo es distinto, pero todos parecen iguales. Te oigo pensar, y entre los restos de tu fortaleza rebusco un recuerdo al que aferrarme con el que unir nuestras ideas. Ser uno. Pero hasta los escombros guardan secretos que jamás verán la luz. Tic, tac, tic, tac.
Te cojo la mano, y me sonríes. Pierdo la cuenta de los segundos que llevaba. Me paro en tus ojos y me pierdo en tu mirada. Olvido el tiempo y hasta mi propia respiración. Me adentro en la inmensidad del mar que hay tras la cortina de la vida y navego en dirección a tu hogar. Sueño despierto y siento nuevas sensaciones que jamás habría imaginado. El más mínimo contacto me reduce a migajas, a merced del picoteo de cualquier pájaro hambriento. Me vuelvo vulnerable, maleable como el aluminio. Me transformo en un ser de fuego, abrasando todo rastro de oscuridad que pudiera haber a mi alrededor. Brillo como una antorcha en una cueva, espantando las dudas y los miedos. Todo con un simple contacto.

No puedo decir lo que sentí al besarte. Sólo sé que la luz se extendió a toda la habitación, la roca se volvió mármol y el reloj, una canción.