viernes, 20 de septiembre de 2013

Planeando el cambio

Ya son muchas cosas las que tengo en la cabeza, muchos pensamientos cruzados que van y vienen. A momentos me inclino hacia un objetivo, otras veces persigo otros. Un cambio constante, caótico, sin utilidad alguna. Me dejo arrastrar por la corriente, y mientras el tiempo pasa, mis cualidades personales se pierden y degeneran en malos hábitos.

Hace tiempo ya descubrí que la clave para el cambio estaba en los hábitos. Pero recientemente he decidido cobijarme en la placentera tranquilidad que me aportan los juegos como el League of Legends, y el hecho de adoptar una mentalidad tan pasota me hace sentir a gusto con la vida, ya que nada importa. Vivo abstraído, ajeno al mundo real, vivo por nada, y no siento ningún tipo de interés por las cosas que pasan a mi alrededor. Como un niño que cierra los ojos para no ver los monstruos que esconden las sombras de su habitación, yo elegí refugiarme en la oscuridad y el vacío, en la nada. Y cada vez que me he planteado salir lo he visto como algo negativo.

Una parte de mí quiere cambiar porque sé que este camino no me conduce a nada. Tengo las ideas muy desordenadas, y aunque a veces logre rescatar atisbos de cordura originadas por mi propio ser, por mi esencia, por la parte más pura de mi mente, me rodea un conjunto de malos hábitos y de estímulos negativos que me impiden salir de este vórtice, catalogado como vicio y adicción a los videojuegos.

El cambio, para ser efectivo, debe realizarse poco a poco, pero requiere de un esfuerzo inicial. Requiere sacrificio constante, ceder ante la parte racional apartando el instinto que nos conduce a los hábitos antiguos. Se debe estar alerta ante esos estímulos internos que nos incitan a actuar de la forma que conocemos, y eso requiere concentración. Al principio cuesta, es muy duro, pero en cosa de un mes se empieza a mantener con menos esfuerzo el ritmo, pero en cuanto bajas la guardia los fantasmas del pasado acechan de nuevo, y esa segunda fase es la segunda gran batalla contra ti mismo, pues el yo del pasado vuelve al ataque y se empieza a replantear la validez del cambio efectuado.


Una dura batalla contra ti mismo que requiere de un plan claro, conciso y contundente, sin titubeos. Sufrir es inevitable, y sin el cambio lo único que uno hace es posponer el sufrimiento, el cuál volverá con más fuerza cargado de lamentaciones y de culpabilidad. El futuro se presagia negro mientras el presente se consume a la velocidad de la luz. Es fácil dejarse llevar, por supuesto que lo es. Pero la libertad que tiene un hombre es su condena si dicho hombre no está dispuesto a forjar su destino.