viernes, 27 de diciembre de 2013

Latidos

Volvemos una y otra vez al mismo punto, pero cada vez algo es distinto. Nuestra personalidad se forja junto con nuestros recuerdos, nuestra mente toma forma y los patrones que nos mueven se afinan con la experiencia. Los errores toman parte en nuestro aprendizaje como la harina en una tarta, son la base. Los éxitos son el azúcar que nos da esperanza. Sin una mezcla adecuada de ambas cosas no disfrutaríamos tanto de la vida.

No existe una receta para la vida. A pesar de ello, insistimos en buscarla. Pensamos que debe de haber una manera mejor de hacer las cosas, una vía sin tanto sufrimiento, sin tanta necesidad, sin tanta tristeza. Una vía más fácil, más sencilla. Nos equivocamos si creemos que había otra manera de hacer las cosas, porque si las cosas han llegado a este punto es por unas causas, millones de causas, que no podían haber sido de otra manera. No existe una receta para vivir de forma perfecta, ni podemos medir el grado de calidad de la vida. Así que para responder a las preguntas "¿cómo debo vivir?", "¿qué debo hacer?", "¿cómo debo ser?", hay que conocerse a uno mismo.

Cada persona tiene sus miedos, sus expectativas, sus ilusiones, sus pasiones y sus valores. Todos ellos forman parte de esa persona, se encuentran arraigados en lo más profundo de su ser. Y todos ellos van cambiando con el tiempo. No se pueden moldear a voluntad. El cambio lleva mucho tiempo. La mezcla de estos elementos son los que crean las emociones en cada uno, y esas emociones dirigen la vida del individuo en lo que llamamos "instinto". Cada vez que uno sigue su instinto está siguiendo su propio camino, con sus errores, sus aciertos, sus peligros y recompensas. Pero hay cosas que el instinto no es capaz de ver, comprender, asimilar... Son cosas que van contra nuestra propia naturaleza y que por más que nos forcemos a guiarnos hacia ellas nuestro control se desvanece y huimos de la situación. Sólo una gran autodisciplina nos permite tomar decisiones de futuro que nuestro instinto es incapaz de apreciar y que además se vuelven contra nosotros mismos en el momento de tomarlas.

A menudo confundimos infelicidad con desagrado. Si huimos de las sensaciones desagradables y nos peleamos con ellas, estamos condicionando nuestra toma de decisiones con un factor más. Por eso hay que ser flexibles con nuestros sentimientos que en ocasiones pueden resultar incómodos, abrumadores, incomprensibles. La calma es un arte y un poderoso aliado.

No podemos conseguir todo lo que queremos. No podemos querer todo lo que conseguimos. Pero podemos aceptar estos dos hechos y aceptar lo que conseguimos y perseguir lo que queremos.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Viento

Solemos quejarnos de aquello que no queremos. Tendemos a tomar decisiones que nos ayuden a evitar ciertas situaciones. Vivimos a la defensiva, como si la vida fuera una mala esposa que día a día nos escupe frases hirientes, mientras nosotros buscamos la manera de no escucharla. Y sólo cuando cerramos los ojos por la noche y nos separamos de ella respiramos tranquilos.

Cuando tenemos puertas delante y las miramos todas, aquellos que se fijan en las que no deben cruzar son los que viven con miedo. En el otro extremo, aquellos indecisos que tratan de tomar la mejor puerta de todas viven en tensión y angustia. También los hay que abren puertas sin criterio alguno, o abren una que a simple vista parece buena; los insensatos. Por último están aquellos que miran todas las puertas, dejan que su instinto les guíe a una de ellas en función de lo que él cree que puede encontrar detrás, y cuando se acercan lo suficiente se paran unos segundos a pensar en esa puerta. Si su instinto la acepta y su razón da el visto bueno, cruza sin pensar. Estos son los vividores.

Una decisión buena no siempre es una decisión acertada. Una decisión mala no siempre es una decisión infructuosa. El mundo es demasiado complejo para juzgar con nuestros ojos. La gente es demasiado distinta para entenderla con la razón. La vida es demasiado corta para buscarle un sentido. La vida es demasiado larga para buscar una salida. El camino conduce al destino, pero en las posadas anidan los cuentos. Y los cuentos nos hacen más felices.

No existen las claves, tenemos pistas. El deseo no nos hace felices, hay más cosas que vivir de las que podamos desear. Escucha, presta atención, porque a cada instante las pistas pasan fugaces, y son demasiado complejas para descifrarlas con la cabeza. Ten confianza, no existen los agujeros. No tengas miedo a volar.


domingo, 27 de octubre de 2013

Pimienta

Existe una manera de llegar a las mentes de otras personas. No sólo de transmitir información, y no hablo de un acto aleatorio. Me refiero a comprender la psique ajena, entender más allá de la razón de los demás y empatizarse con ellos hasta el punto de adivinar qué dirán al siguiente instante.

Existe una forma de comprender a los demás mejor de lo que ellos mismos podrían llegar a comprenderse. Quien observa desde fuera se halla lejos del alcance de los pensamientos innecesarios y molestos que nos atenazan constantemente. Pensamientos automáticos dan lugar a respuestas emocionales que no controlamos, que dificilmente identificamos y que rara vez comprendemos al instante en que aparecen. Si fuéramos robots seríamos máquinas perfectas de no hacer nada, pues a eso tiende el ser humano, a la nada más absoluta. Cada atisbo de motivación que crece en nosotros es fruto de una necesidad vital del humano por sobrevivir; impulsos que nos incitan a llevar a cabo acciones que creemos necesarias.

Hemos evolucionado, ya no somos monos. Seguimos cometiendo errores, seguimos sin obtener el máximo rendimiento de nuestras acciones y pensamientos. Pero hemos mejorado. Tecnología, cultura, filosofía y experiencia, cuatro pilares fundamentales en nuestra evolución. Seguimos una trayectoria ascendente como raza, aportando cada uno su granito de arena. Eso es lo que vería un observador ajeno a nuestras costumbres.

De los 7 trilliones de habitantes del planeta, los más relevantes para la evolución de la raza son, en términos metafóricos, las ovejas del rebaño. Son la base del sistema consumista que hemos creado, y gracias a ellos persiste la evolución. Si fijamos la vista en una de estas ovejitas, la que más se acerca al estereotipo de oveja consumista, veremos que lleva a cabo su vida como un animal más. Sobrevive, y sigue impulsos que le llevan siempre a cubrir sus necesidades de humano; necesidades que han sido impuestas de forma indirecta por su entorno. Si esta ovejita se apartase del rebaño durante unos años no tendría las mismas necesidades y por tanto cambiaría su forma de actuar. Cualquier análisis de comportamiento que se haga sobre esta oveja protagonista arrojará un resultado similar al propuesto: esta ovejita sólo busca sobrevivir. Y volviendo a la afirmación del segundo párrafo, si esta ovejita fuera un robot perdería toda emoción de necesidad y su objetivo en la vida quedaría completado, quedando como única acción viable el no hacer nada de nada. Ya no necesita comer, ni buscar el calor de un fuego, ni aparearse. Ya no necesita hablar con alguien, desahogarse, llorar. No necesita un trabajo, no necesita dinero. No necesita un ascenso, ni un proyecto, ni ocio. No necesita nada de nada, pues su supervivencia está garantizada al ser un objeto hecho de piezas imperturbables por el paso del tiempo. Así pues, está garantizada su supervivencia.

Esta falaz, simple y burda argumentación pretende acercar un poco más al lector a la naturaleza del ser humano. Aunque la conclusión sea acertada, que el ser humano vive para sobrevivir, la perspectiva que se da no lo es tanto. No se puede entender la naturaleza del ser humano con un texto, y mucho menos explicarla. Pero al menos podemos comprender una pequeña porción, la parte fundamental de ello.

Existe una forma de comprender a otra persona, pero no existe forma de comprender por completo la naturaleza de sus pensamientos y emociones. Podemos entender el contenido, pero no los motivos. Podemos llegar a predecir las acciones de los demás empatizándonos con ellos, algo que ningún ordenador sería capaz de hacer, ya que no existe una manera precisa y acertada de modelizar el comportamiento humano.

No somos perfectos. Si lo fuéramos, seríamos robots.

Observa, no juzgues. Acepta.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Planeando el cambio

Ya son muchas cosas las que tengo en la cabeza, muchos pensamientos cruzados que van y vienen. A momentos me inclino hacia un objetivo, otras veces persigo otros. Un cambio constante, caótico, sin utilidad alguna. Me dejo arrastrar por la corriente, y mientras el tiempo pasa, mis cualidades personales se pierden y degeneran en malos hábitos.

Hace tiempo ya descubrí que la clave para el cambio estaba en los hábitos. Pero recientemente he decidido cobijarme en la placentera tranquilidad que me aportan los juegos como el League of Legends, y el hecho de adoptar una mentalidad tan pasota me hace sentir a gusto con la vida, ya que nada importa. Vivo abstraído, ajeno al mundo real, vivo por nada, y no siento ningún tipo de interés por las cosas que pasan a mi alrededor. Como un niño que cierra los ojos para no ver los monstruos que esconden las sombras de su habitación, yo elegí refugiarme en la oscuridad y el vacío, en la nada. Y cada vez que me he planteado salir lo he visto como algo negativo.

Una parte de mí quiere cambiar porque sé que este camino no me conduce a nada. Tengo las ideas muy desordenadas, y aunque a veces logre rescatar atisbos de cordura originadas por mi propio ser, por mi esencia, por la parte más pura de mi mente, me rodea un conjunto de malos hábitos y de estímulos negativos que me impiden salir de este vórtice, catalogado como vicio y adicción a los videojuegos.

El cambio, para ser efectivo, debe realizarse poco a poco, pero requiere de un esfuerzo inicial. Requiere sacrificio constante, ceder ante la parte racional apartando el instinto que nos conduce a los hábitos antiguos. Se debe estar alerta ante esos estímulos internos que nos incitan a actuar de la forma que conocemos, y eso requiere concentración. Al principio cuesta, es muy duro, pero en cosa de un mes se empieza a mantener con menos esfuerzo el ritmo, pero en cuanto bajas la guardia los fantasmas del pasado acechan de nuevo, y esa segunda fase es la segunda gran batalla contra ti mismo, pues el yo del pasado vuelve al ataque y se empieza a replantear la validez del cambio efectuado.


Una dura batalla contra ti mismo que requiere de un plan claro, conciso y contundente, sin titubeos. Sufrir es inevitable, y sin el cambio lo único que uno hace es posponer el sufrimiento, el cuál volverá con más fuerza cargado de lamentaciones y de culpabilidad. El futuro se presagia negro mientras el presente se consume a la velocidad de la luz. Es fácil dejarse llevar, por supuesto que lo es. Pero la libertad que tiene un hombre es su condena si dicho hombre no está dispuesto a forjar su destino.

domingo, 18 de agosto de 2013

Cuando no puedes dormir

Suele pasar que a veces uno se desvela, pues hay algo que no nos deja tranquilos. Pensamientos que nos invaden atados fuertemente a algún tipo de emociones, y por lo general relacionados con otras personas, son los responsables de nuestro desvelo. Y aunque sepamos que algo está comiéndonos por dentro y que no debemos hacerle caso, inconscientemente volvemos una y otra vez a darle vueltas a la cabeza, porque nuestra inseguridad provoca que nuestra mente quiera cerciorarse de que estamos preparados para lo que viene.

Pero hay cosas para las que ni en un millón de noches sin dormir podríamos prepararnos, o predecir que iban a suceder. Y por lo general suelen ser la mayoría. Entonces, ¿ por qué insiste nuestro subconsciente en intentar adelantarse al futuro? ¿ acaso tenemos tanto miedo de salir perjudicados que intentamos construir un muro de seguridad a base de planes y comportamientos para situaciones hipotéticas?

Nuestra inseguridad es normal, nadie tiene la absoluta seguridad de que mañana vaya a ver el sol de nuevo, y nuestra mente lo sabe y no se pasa las noches intentando predecir qué puede ser lo que nos prive del nuevo día. En cambio la noche antes de ver a aquella persona que tanto nos importaba hace tiempo nuestra cabeza empieza a sacar mierda y recuerdos dolorosos para que no cometamos de nuevo el mismo error.

Nadie nos asegura que las cosas vayan a salir bien, y a nuestra mente no le vale con saberlo. Nuestra mente busca seguridad, confianza, sentirse fuera del alcance de cualquier amenaza. Y no es fácil conseguir algo como eso en mitad de una noche en vela. Pero al final el cansancio se apodera de nosotros y nuestra cabeza abandona sus divagaciones paranoicas a la fuerza. Pero tranquilo, volverán.

Dedico esta entrada a todas las personas que alguna vez buscaron una explicación para su desvelo y os confieso que no estáis solos, yo también estoy en vela. Y todo por un simple "hola".

domingo, 7 de julio de 2013

Transición

La vida tiene etapas, y como seres humanos nos gusta delimitar las cosas, ponerles nombre y tener clara nuestra opinión acerca de ellas poniéndoles adjetivos. De este modo nuestra mente es capaz de ubicarse mejor en el tiempo, creando una sensación de autenticidad que nos alivia. Si en el pasado hubo un error, fue en otro tiempo, ya no somos aquella persona. Ahora es diferente. Eso es lo que nos gusta pensar.

En realidad éste es un enfoque más del asunto, posiblemente el más común. Existen otros puntos de vista, pues a cada persona le van mejor unos que otros. Suele coincidir que al final de las etapas más trascendentales de nuestra vida nos autoevaluamos y sacamos conclusiones, la mayoría de las veces precipitadas y erróneas. Delitimamos el principio y el fin de cada tramo con uno o varios acontecimientos, aumentando la importancia que le damos a éstos y viéndolos como causantes principales de lo que vino después. De este modo nos olvidamos de los pequeños detalles que realmente dieron lugar a todo. Así se crean las conclusiones equivocadas y nuestra lección está mal aprendida.

Personalmente me considero en una etapa intermedia de mi vida, una etapa puente. Creo que he ido dejando atrás muchos lastres que me dificultaban avanzar en mi viaje, tanto conceptuales y emocionales como materiales. Algunos de estos lastres han sido abandonados por decisión propia, otros se han ido solos por su propio peso, ya que cuanto más nos retiene algo mayor es la fuerza que usamos para seguir caminando y de este modo lo que no te mata te hace más fuerte. Por eso mismo aprendí a identificar los lastres más gordos y a eliminarlos. Pero luego comprendí que los lastres grandes no eran los que me frenaban y me impedían ver el resto de lastres pequeños que, en conjunto, eran los que realmente ralentizaban mi avance.

Los defectos de cada uno son difíciles de borrar. Mi obsesión con mis lastres ha acabado por desfigurar el sentido de mi viaje y me he encontrado perdido entre la maleza, a leguas de distancia del camino. Por mirar a mis pies y querer cambiar mi forma de caminar perdí el rumbo, y con él mi horizonte. Pero al darme cuenta de esto pensé que era una buena oportunidad para replantearme mis metas. Ya había abandonado el camino, y lo único que quedaba del pasado eran aquellos lastres permanentes. Me centré en caminar e intenté olvidarme de los lastres, pero su constante fuerza dificultaba mi búsqueda de un nuevo horizonte. Finalmente me senté a esperar. Estuve allí sentado con mis lastres un tiempo, hasta que me acostumbré a su presencia. Resultaba que mientras no tuviera que andar no me molestaban. Pero no podía quedarme allí sentado para siempre, y me puse en pie.

Ahora camino de nuevo todavía sin rumbo fijo. Junto a mí se arrastran los recuerdos que me atormentan en sueños invitándome a volver sobre mis pasos. Quiero correr pero no puedo, el peso de los errores me retiene. No hay más decisiones que tomar, pues aunque el suelo alrededor esté formado por guijarros y tierra árida algún día me cruzaré con un sendero, y para entonces estos lastres que llevo me habrán dado la fuerza necesaria para superar las adversidades.

Y si no, pues sonreiré.

martes, 2 de julio de 2013

Movimiento

Un día te levantas y piensas.

Porque eso es lo que hacemos todos cada mañana, levantarnos y pensar. Dejamos atrás nuestro sueño poco a poco y nos sumergimos de nuevo en "la vida real". Y lo hacemos pensando.

Cuando dormimos, no pensamos. Tampoco recordamos. Inventamos. Nuestros pensamientos y recuerdos se juntan con las percepciones que tenemos de "la vida real", alterando los factores individualmente, dejando sólo ciertas conexiones lógicas imprescindibles para comprender nuestros sueños. Por la noche nuestro cerebro se convierte en una imprenta que elabora historias complejas vinculadas con nuestros sentimientos, y el resultado es un diario en forma de recuerdo del cual rescatamos sólo las partes más importantes o que más nos llaman la atención.

Pero te levantas y piensas. Entonces ya has abandonado aquella fábrica de recuerdos. Ahora piensas, tienes el control de tu mente y de tu cuerpo, y tus acciones tienen repercusiones sobre tu futuro. Tomas decisiones, aunque tu decisión sea no tomar ninguna decisión. Eso también tendrá consecuencias, porque al fin y al cabo en "la vida real" todo nos influye. Si gritas, el eco de tu voz viajará por el espacio a millones de años luz de distancia en proporciones infinitesimales, pero viajará. No hay barreras a la cadena de causa y efecto que mueve esta dimensión. Y no puedes pararte aunque quieras.

Un día te levantas y piensas, pero tus pensamientos no te aportarán felicidad, ni te concederán sabiduría. Porque tus pensamientos son sólo una herramienta barata que la naturaleza te ha dado para comprender mejor la complejidad de tu entorno. Y esa herramienta sólo funciona en esta dimensión, donde todo fluye. Hagas lo que hagas acabarás a dos metros bajo el suelo mientras tus hijos, nietos y demás familiares lloran por ti y continúan su viaje por "la vida real". Y aún sabiendo esto, te levantas, despiertas, sales de ese mundo de sueños para avanzar un día más en tu camino. ¿Por qué? No son tus pensamientos quienes te indican lo que debes hacer. Son tus emociones.

Un día te levantas y sientes, al igual que cada mañana, que quieres volver a dormirte....

...para siempre.

jueves, 18 de abril de 2013

Miradas

Sabes que alguien te mira y apartas los ojos de esa persona, y tras unos segundos miras de reojo para verificar si sigue obervándote. Es curioso que nos sintamos incómodos cuando alguien se para a contemplar los detalles que compartes con el mundo; una sonrisa tímida, unos ojos alegres, un cuerpo atractivo... Y cuando sabemos que nos miran, nos sentimos como maniquíes en un mostrador.

Aunque no siempre es así, hay miradas que no se fijan en detalles, sino que buscan transmitir un mensaje. Interpretar una mirada así puede ser tan difícil como contar los segundos que permanece clavada sobre nosotros. Pero a veces, sólo a veces, respondemos de forma automática a este tipo de miradas con otra mirada, y entonces el tiempo parece detenerse mientras nuestros ojos se cruzan, y todo alrededor se vuelve insignificante. Sólo tú eres lo esencial, y en ese pequeño vórtice temporal que nos envuelve siento mil emociones a la vez, y mi mente susurra:

"ojalá no acabe nunca..."

jueves, 28 de marzo de 2013

Desaflojando

Un mundo nuevo se abría ante los ojos de Milo. Lleno de ilusión entró en la tienda de juguetes del centro comercial al que había ido aquella mañana con su familia. Emocionado, contuvo la respiración durante breves instantes mientras se dejaba impresionar por un paisaje de animales de peluche, aviones volando sigilosos, estanterías llenas de artilugios intrigantes y niños, muchos niños jugando en silencio con los artículos de los mostradores, todos ellos con una sonrisa en la cara.

Milo se adelantó hasta el mostrador más cercano y cogió entre sus manos una furgoneta amarilla con un mecanismo de cuerda. Giró la tuerca cinco veces y dejó el vehículo en el suelo para que iniciase una lenta travesía por el suelo pintado de cien tonos distintos de rojo, azul y amarillo. La furgoneta chocó de lleno contra la patita de un oso de peluche que una niña rubia, vestida de rosa, de apenas 7 años, sujetaba con una mano. La niña se agachó a recoger la furgoneta, y miró a Milo con aquellos ojos azules que denotaban la inocencia natural típica de los chiquillos de su edad. Extendió el brazo con la furgoneta hacia él y movió los labios, terminando con una mueca; sacando la lengua y dejando asomar parcialmente unos bonitos dientes blancos, entre los cuales faltaban un par de piezas. Milo se acercó a recoger el juguetito sin apenas mirar a la niña y se fue rápidamente, derrotado por su vergüenza. Se percató de que la furgoneta tenía un botón con el dibujo de una clave musical. Presionó el botón, y nada ocurrió. Se quedó de pie, cabizbajo y sosteniendo entre sus manos la furgoneta amarilla. La curiosidad se apoderó de él y giró levemente la cabeza para mirar a la niña del vestido rosa, la cual estaba entretenida atusando el pelaje del osito que sotenía. En ese preciso instante su mirada se dirigió hacia Milo. Fue aquella mirada, que se quedó grabada a fuego en su memoria, anclada a muchos de los sentimientos con los que identificaba su infancia. la que le dio valor suficiente para acercarse a la niña, poner una mano encima del osito y sonreir. Y aquella sonrisa pareció encontrar un hueco en el corazón de Milo, pues el joven chaval aprendió a sonreir aún siendo incapaz de escuchar sonido alguno.

lunes, 11 de marzo de 2013

Juegos

A un hombre una vez alguien le ofreció un regalo; una llave especial. No sólo era capaz de abrir todas las puertas y cerrojos que existían, además aquella llave le permitía viajar atrás en el tiempo y guardar información en dicho viaje, de forma que si el hombre se arrepentía de haber abierto una puerta podría viajar atrás y grabar una nota que le advirtiese a su yo pasado de no abrir dicha puerta.

El hombre observó el potencial que tenía el regalo, y emocionado comenzó a imaginar todas las cosas que podría hacer con aquella llave. La aceptó lleno de ilusión, y en cuanto la recibió leyó una nota que decía:

"No cojas la llave, o perderás el sentido de la vida"

sábado, 12 de enero de 2013

Hard Rock Nachos


Simbolizan algo muy especial para mí. Como muchas otras cosas.

Las experiencias nos ayudan a mejorar nuestra visión del mundo, a perfeccionar las ideas. Hay experiencias que uno debe vivir, decisiones que debe tomar, porque si no las toma se arrepiente durante el resto de su vida. Y cuando una decisión importante nos lleva a una situación dolorosa le echamos la culpa a dicha decisión. Yo creo que una experiencia es, por encima de todo, ya sea buena o mala, algo beneficioso. Algunas cosas no se aprenden escuchando simplemente. La complejidad de la vida no se puede transmitir con un mensaje. La mayoría de las cosas importantes las aprendemos con dolor y alegría. Y el recuerdo es mucho más fuerte que el de unas palabras a las que hicimos caso.

Estoy feliz con mis recuerdos, pero no estoy feliz con el final. Quiero volver a probar los nachos del Hard Rock.

viernes, 4 de enero de 2013

Obsesiones


Cuando uno creía conocerse del todo, de pronto se abre una puerta en un lugar inesperado y nos adentramos en otro universo, distinto, desconocido, caótico. Nuestra burbuja, ese espacio virtual que podíamos definir como “nuestra vida”, estalla, y uno se queda desnudo, indefenso ante el extraño mundo que le rodea. Se siente perdido, desorientado, inseguro y preso de una situación que no ha elegido. Entonces no le queda más remedio que afrontar su situación y, con los medios de que disponga, construirse otra burbuja en aquél páramo inexplorado. Con el nuevo escenario cambian las reglas. Uno debe adaptarse a lo que le venga y encontrar el mejor equilibrio entre él y su ambiente. Este cambio se produce de forma impredecible y no se puede controlar. Por eso uno debe saber reaccionar ante las situaciones inesperadas e improvisar con sus propios medios un plan para resolver sus problemas.

Lo que pocos tienen en cuenta es que uno no puede manejar a su voluntad su mente, y aunque el lado consciente esté trabajando bajo nuestro mando, la mayor parte de nuestras decisiones las toma el otro lado, el subconsciente. Pero nos engaña, haciéndonos creer que hemos sido nosotros los que por nuestra propia voluntad hemos decidido apartar la mano de la sartén cuando al tocarla nos quemamos. Tanto para lo bueno como para lo malo, uno está sometido a la tiranía de su subconsciente, y aún cuando logra saltar ciertas barreras que su propia mente le pone y se achaca el mérito de haber controlado a su cerebro, la sensación de felicidad es la que le permite vanagloriarse y reafirmarse en su idea de que su voluntad prevalece sobre sus pensamientos.

Y las obsesiones, aquellos fantasmas que nos persiguen y no nos dejan conciliar nuestros sueños, arrancándonos en mitad de la noche de los brazos de Morfeo para mantenernos en vela hasta la hora del desayuno, son ellas las culpables de que confundamos realidad, deseo y miedo. O dicho de otro modo, vemos lo que queremos y tememos lo que no queremos. Al principio uno se deja llevar por la imaginación cuando en la incesable retahíla de pensamientos que pasan por nuestra cabeza encuentra un hilo suelto, lo agarra y comienza a tirar. Y tira, tira, tira para saber qué hay al otro lado. Nuestra mente se mete entonces en un estado de imaginación idóneo para que de un momento a otro nos encontremos especulando sobre posibilidades e hipótesis de fundamento inestable, seguido de imágenes con las que nuestro miedo se alimenta, creándonos una sensación de alerta que nos hace pensar que debemos hacer algo para evitar aquello que imaginamos. Si uno logra darse cuenta de que ha caído en las garras de la obsesión suele intentar convencerse de algún modo de que sus ideas no son reales, o que son meras elucubraciones sin sentido. Y de forma incoherente las obsesiones cobran fuerza, atrapando a uno con más fuerza. En cambio, si uno decide hacer caso a sus evocaciones mentales con un criterio lógico, finalmente se pierde en un mar de preocupaciones.

Acepta sin juzgar. Si temes, crees que está en tu mano la posibilidad de cambiar una situación mala a una mejor. Si aceptas, la situación mala, que ni siquiera está en el presente, no cambiará. Si no juzgas, no compararás la situación con otras para ver si es mejor o peor, buena o mala. Será la situación que será. Esta es la mejor manera de liberarse de una obsesión.