lunes, 2 de octubre de 2017

Encarcelada

Hoy se dio cuenta de lo saladas que eran sus propias lágrimas. Cabizbaja, incomprendida, demasiado cansada para estar despierta, demasiado angustiada para estar dormida. Su dolor hacía eco en las paredes de la habitación, mientras sus pensamientos saltaban de charco en charco, salpicando tristeza por toda su alma. Quisiera poder estar ahí para abrazarla y acariciar su pelo, darle un beso en la frente y susurrarle al oído que todo está bien. Pero su carcelero no le permite recibir visitas.

Miro al cielo y suspiro. "¿Cuál es tu plan?", le pregunto en voz baja. Me pregunto qué clase de Dios caprichoso concede su bendición a dos almas gemelas para luego castigarles como un niño al quemar a las indefensas hormigas con una lupa y un rayo de sol. Me siento como un barco de vela que navega entre islas llenas de maravillas y tesoros, pero que de pronto desaparecen entre una espesa niebla, y mi barco amenaza con hundirse a merced de una salvaje tormenta. Intento achicar el agua que se cuela por los agujeros, pero ya es muy tarde, y mi única opción es echar a nadar a ciegas, esperando que la próxima isla que me encuentre se apiade de mi ser.

La vida es una gran broma contada por un bufón que nos regala chucherías, unas muy picantes, otras muy dulces, y otras tan amargas que desearías arrancarte la lengua. El mundo necesita más amor y menos prejuicios, más libertad y menos control, más confianza y menos miedo.

Pero al final del día descanso pensando que todo va a salir bien.

De una manera, o de otra.

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